¿Cómo se lee la productividad?

¿Cómo se mide la productividad, de verdad? A mí, me sigue dejando con la boca abierta esa fórmula tan simple de producción entre horas trabajadas. ¡Es que es casi una broma! Te pasas la noche en vela, trabajando como una hormiga, y el resultado…meh. Otras veces, zas, un día fluido, y terminas tres proyectos en la mitad de tiempo. ¿Magia? No, supongo que no. Recuerdo una vez, preparando la presentación para el nuevo cliente, me tiré tres días, literalmente, sin dormir bien, y el resultado fue…bueno, pasable, vamos. Pero una vez, preparando el informe para el jefe, ¡bam!, lo hice en una mañana, y quedó perfecto, incluso mejor de lo esperado. ¿A qué se debe eso?

No sé, ¿es que la productividad se mide mal? Es que esa fórmula, tan fría, tan matemática, se queda corta. No abarca la esencia, la chispa, el feeling. Para mí, lo importante no son las horas, ni la cantidad, sino el valor de lo que se hace. ¿De qué sirve producir mucho si no sirve para nada? Me acuerdo de mi primo, el que trabaja en la constructora. Dice que a veces pasan semanas moviendo tierra sin ver resultados “visibles”. Pero luego, ese mismo montón de tierra, es la base de un edificio entero. ¿Cómo se mide eso? ¿Cómo se cuantifica el valor de la base? No lo sé, es algo que siempre me ha dado vueltas en la cabeza.

Creo que hay algo más, algo que las fórmulas no pueden abarcar. Hablan de un 20% de esfuerzo para un 80% de resultados…pero, ¿y el otro 20%? ¿Acaso no importa? A mí, me parece que todo importa. Cada pedacito de esfuerzo, cada idea, cada frustración, cada pequeña victoria. Porque al final, la productividad… ¿no es acaso el reflejo de cómo nos sentimos? De nuestra conexión con lo que hacemos. Eso no se puede medir con una fórmula. Es algo…más humano. Mucho más.