¿Cómo se llama el hierro puro?

Uf, ¿hierro puro? ¿Es que existe tal cosa realmente? Ah, ¡arrabio! Qué nombre, ¿verdad? Arrabio… suena como a algo tosco, bruto, casi como una palabrota. Pero es que, pensándolo bien, es justo eso: el hierro en su estado más primario, ¿no? Recién sacado del vientre de la tierra, con toda la impureza ahí, a flor de piel.

Me imagino la escena, ¿sabes? Esos hornos gigantes rugiendo, el calor que debe desprender… ¡ufff! Y ahí dentro, ese gigante recién nacido, el arrabio, esperando a ser domado, a ser transformado en algo más, en algo útil. ¿No te parece alucinante?

Recuerdo cuando visité una antigua fundición de hierro hace años. El guía nos contaba cómo se sacaba el arrabio y luego lo llevaban a refinarlo para hacer las vigas que sostenían edificios enteros. ¡Qué poder! De algo tan tosco y aparentemente inútil, construir cosas tan sólidas y duraderas. Me quedé pensando en la de cosas que se parecen a eso en la vida, ¿no crees? Empezamos siendo un poco “arrabio” nosotros mismos, y a base de golpes y de fuego, nos vamos puliendo hasta convertirnos en algo más valioso.

Quizás el arrabio no sea “puro” en el sentido estricto de la palabra, pero… ¿acaso hay algo puro al cien por cien en este mundo? Yo creo que no. Y quizás ahí reside su belleza, en esa imperfección, en ese potencial bruto que está esperando a ser descubierto y transformado.