¿Por qué se le echa arroz al salero?

¿Por qué le echamos arroz al salero? Ay, qué recuerdos… Me viene a la mente la imagen de mi abuela, sus manos arrugadas pero tan hábiles, llenando el salero de cristal con esa sal gorda, tan blanca y brillante… y luego, ¡zas!, un puñado de arroz. ¿Recuerdan esa sensación? Ese pequeño ritual que parecía un secreto entre ella y la sal.

Decía que el arroz, ¿cómo lo explicaba? Ah, sí, que absorbía la humedad, que evitaba que la sal se apelmazara y se convirtiera en una piedra salada, inservible. Y tenía razón, ¡claro que la tenía! En esos saleros pequeños, de los de toda la vida, que apenas cabían dos cucharadas, se notaba una barbaridad. Recuerdo una vez, ¡qué desastre!, que el salero estaba completamente apelmazado, imposible de usar. Mi abuela, con su sabiduría campesina, lo solucionó en un santiamén con su truco del arroz.

Claro, en un salero gigante de esos de los restaurantes, quizá no se nota tanto. Pero en los saleros pequeños, ¡es un salvavidas! Es como un pequeño milagro culinario, ¿no creen? Un gesto sencillo, casi insignificante, que evita un gran problema. A veces, pienso, las cosas más simples son las más sabias. Un poco de arroz, ¡y la sal perfecta para mis patatas bravas!

En serio, prueben. Es un truco que mi abuela me enseñó, y que yo, a mi vez, he pasado a mis hijos. Es más que un truco, es una tradición, un legado… un pedacito de mi abuela en cada plato. ¿No les parece bonito?