¿Qué cristales no pueden estar en la sal?

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¡Uy, la sal! A mí me da cosilla pensar en meter ciertas piedras en ella. Imagínate, poner una amatista divina o un cuarzo rosa delicado en sal y que se rayen, ¡qué horror! Yo creo que, si una piedra es más blandita que un pedazo de vidrio (o sea, menos de 7 en la escala de Mohs), mejor ni arriesgarse. ¡Prefiero limpiarlas con sahumerio o luz de luna y evitar disgustos!

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¿Qué cristales no pueden estar en la sal? Ay, la sal… me da un vuelco el corazón solo de pensarlo. ¿Quién se atreve a sumergir una piedra preciosa en un baño de sal? Es como jugar a la ruleta rusa con tus cristales favoritos, ¿no? Recuerdo una amatista que heredé de mi abuela, una preciosidad… ¡ni se me ocurriría acercarla a la sal! Es que, imagínate, el riesgo de que se raye… ¡una tragedia!

Para mí, es clarísimo: si una piedra es más blanda que un cristal de ventana (y eso quiere decir, según la escala de Mohs – ¡qué lío con esas escalas, eh? – que tiene menos de 7), mejor ni te acerques con la sal. He visto cosas… una amiga, ¡pobrecita!, metió un cuarzo rosa, precioso, en un baño de sal y salió con un par de rayones feos. Me dio tanta pena… Es como ver cómo se le borra la sonrisa a un niño, ¿sabes?

Prefiero mil veces limpiar mis cristales con un poco de incienso, el olorcito a sándalo me encanta, o aprovechar la luz de la luna llena, que dicen que los limpia y recarga de energía. Mucho más bonito, ¿verdad? Y, sobre todo, sin sustos. A veces, ¡menos es más! El riesgo de dañar una piedra que te gusta tanto… no vale la pena. Para mí, es un principio básico: cuidar mis cristales como si fueran mis hijos, ¡con cariño y mucho cuidado!