¿El óxido en los alimentos es perjudicial?

¡Uf, el óxido en la comida! Solo pensarlo me da escalofríos, ¿a quién no? Esa sensación de encontrar óxido, ya sea en una lata de tomates que lleva mucho tiempo en la despensa o, peor aún, en alguna olla… brrrr, ¡qué horror!

No sé ustedes, pero para mí, el óxido es como una señal de alarma gigantesca. Inmediatamente pienso en todas las bacterias que podrían estar allí, creciendo felices y ajenas a mi tranquilidad. ¿Y si tiene algo más? No lo sé, ¡prefiero no averiguarlo!

Recuerdo una vez, mi abuela tenía una sartén que usaba para freír churros (¡eran deliciosos, por cierto!). Un día, noté un pequeño punto de óxido en el borde. Ella, que era de la vieja escuela, me dijo algo como “¡Bah, eso no es nada, niña! Se raspa y listo”. Pero yo no pude, ¡me negué! Le dije: “Abuela, con el óxido no se juega, ¡por muy ricos que estén los churros!”. Al final, conseguí convencerla de que era mejor deshacerse de la sartén. ¿Exageré? Quizás. Pero prefiero pecar de precavida.

Y es que, a ver, no es solo la apariencia desagradable. Es que me imagino a esas partículas de óxido metiéndose en mi cuerpo… ¡puaj! No digo que vaya a matarme, pero ¿quién quiere un poco de metal oxidado dando vueltas por dentro?

Así que, ya saben, si ven óxido, ¡ojo! No se lo tomen a la ligera. Yo soy de las que limpian a fondo, o directamente, prefieren tirar la cosa a la basura. Mejor prevenir que lamentar, ¿no creen? La salud es lo primero, y un poquito de sensatez nunca viene mal.