¿Por qué como y me siento débil?

¡Ay, qué tema! ¿A quién no le ha pasado? ¿Por qué rayos después de comer, en vez de sentirme como Superman, me siento como un calcetín usado? Es algo que me frustra muchísimo. Especialmente cuando tengo un montón de cosas que hacer, ¿sabes? Imagínate, estoy ahí, lista para empezar un proyecto que me emociona un montón, me preparo algo que se supone que me va a dar energía… y ¡pum!, de repente me invade esa pesadez, esa modorra que me deja casi inútil.

Lo de la somnolencia postprandial, sí, lo entiendo, supuestamente es normal. Pero de ahí a sentirme débil, como si me hubieran robado toda la fuerza vital… ahí ya la cosa cambia, ¿no crees? Me da la sensación de que es algo más allá del simple proceso de digestión. Creo que tiene que ver, y mucho, con lo que me meto al cuerpo.

A ver, no soy experta en nutrición, ni mucho menos. Pero he notado, por ejemplo, que si me como un plato de pasta gigante con una salsa súper pesada, la sensación es muchísimo peor que si me hago una ensalada con pollo y verduras. ¿Será que la calidad de los ingredientes influye más de lo que pensamos? O quizás el tipo de grasas… no sé.

Una vez leí por ahí que la inflamación crónica puede ser una causa de esta fatiga post-comida. Y creo que tiene sentido. Después de todo, si le estamos dando a nuestro cuerpo alimentos que lo inflaman, es normal que se sienta como si estuviera librando una batalla interna, ¿no?

Ahora, no me malinterpretes, me encanta darme un capricho de vez en cuando. Unas patatas fritas, una pizza, un helado… ¡quién puede resistirse! Pero creo que es importante ser conscientes de cómo nos hacen sentir esos alimentos y no convertirlos en la base de nuestra dieta.

Definitivamente, tengo que ponerme las pilas e investigar un poco más sobre este tema. Quizás consultar con un nutricionista. Porque, sinceramente, estoy harta de sentirme como un zombie después de cada comida. ¡Quiero energía para vivir la vida al máximo! ¿No te parece?