¿Cómo cuidar una pintura de acuarela?

Ay, mis acuarelas… ¿Cómo no quererlas como si fueran mis propios hijos? Cada pincelada, cada destello de color… un pedacito de mi alma plasmado en el papel. Y claro, cuidarlas, ¡es fundamental! Porque una acuarela, a diferencia de un óleo que parece que va a durar siglos, es delicada, casi etérea.

Para que duren, y me sigan regalando su belleza, ¿qué hay que hacer? Pues, lo primero y más importante, un sitio seco y ventilado. ¡Odio la humedad! Recuerdo una vez, dejé un cuadro precioso, un paisaje de la costa gallega que pinté después de un viaje inolvidable, cerca de una ventana en un día lluvioso… ¡casi lloro al ver cómo se curvaba el papel! Fue un desastre. Así que, lección aprendida: lejos de la humedad, como si fuera una joya preciada.

Luego, la luz, ¡enemiga número uno! No me digas que no lo has notado. Esas acuarelas expuestas directamente al sol, parecen que se desvanecen poco a poco, ¿verdad? Como si el tiempo, con su implacable paso, quisiera robarles su brillo. Yo, por ejemplo, tengo una acuarela de mi abuela, un retrato bellísimo, que está en un rincón con luz indirecta… aún conservo ese recuerdo vívido y los colores siguen tan radiantes como el día que la pintó.

Y finalmente, el cristal protector. ¡Fundamental, fundamental! Es como una capa invisible que las cuida de cualquier daño, desde un golpe accidental – que ya me ha pasado, ¡casi me da un infarto! – hasta el polvo. Piensa que es como ponerles un escudo mágico, un seguro de vida para tus tesoros. No me cansaré de repetirlo: un cristal, ¡por favor!.

En resumen, cuidar una acuarela no es algo complicado, es una muestra de cariño. Un poco de atención y cuidado, y ¡voilà! Tus acuarelas te acompañarán por mucho tiempo, contándote historias y recordándote momentos especiales. Como un pequeño museo personal, lleno de emociones.

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