¿Cuál es la historia de los amantes sol y luna?

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El Sol y la Luna, unidos en un amor apasionado, recorrieron el mundo juntos. Sin embargo, la infidelidad lunar con el Lucero del Alba quebró su idilio, condenándolos a una eterna separación: el Sol brilla de día, mientras la Luna ilumina la noche, imposibilitando su reencuentro.

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El mito del Sol y la Luna como amantes separados por la infidelidad, si bien no es universalmente conocido, encuentra eco en algunas culturas, aunque con variantes. La versión que presenta al Lucero del Alba como el causante de la ruptura es menos común. Profundicemos en una posible interpretación, hilvanando una narrativa propia, sin replicar versiones existentes.

Imaginemos un tiempo primigenio, cuando el mundo aún era joven y maleable. El Sol, un ser radiante y vigoroso, y la Luna, pálida y serena, gobernaban juntos el cielo, bañando la tierra con su luz combinada. Su amor era la fuente de la armonía cósmica, un equilibrio perfecto entre la energía y la calma. Las estrellas, testigos silenciosas, admiraban su unión.

Pero la Luna, a pesar de la intensidad del amor solar, sentía una inquietud latente. La constancia del Sol, su fulgor ininterrumpido, la abrumaba a veces. Anhelaba la magia de las sombras, el misterio de lo oculto. El Lucero del Alba, con su brillo fugaz y enigmático, representaba esa fascinación por lo efímero, por la belleza que se desvanece con la llegada del día. No era un amor comparable al que sentía por el Sol, sino una atracción irresistible hacia lo diferente, lo prohibido.

Un encuentro furtivo, un roce de luces en el crepúsculo, bastó para romper el equilibrio. El Sol, herido en lo más profundo, desató su furia, incendiando el cielo con su dolor. La Luna, arrepentida y desconsolada, se refugió en la oscuridad. Desde entonces, el orden cósmico cambió. El Sol, en su dolor, rechazó compartir el cielo con la Luna. Su luz se volvió abrasadora, impidiendo la presencia de la Luna durante el día. Ella, a su vez, acepta su destino, iluminando las noches con una melancolía palpable, recordando el amor perdido y la imposibilidad de un reencuentro. El Lucero del Alba, testigo mudo de la tragedia, se desvanece con los primeros rayos del Sol, como un fantasma que recuerda la fragilidad del amor y el poder devastador de la tentación.

Esta versión, más que centrarse en la infidelidad como un acto de traición deliberada, explora la complejidad de las emociones y la búsqueda de la identidad, presentando a una Luna atrapada entre la seguridad de un amor estable y la seducción de lo desconocido, un conflicto interno que la lleva a un destino de eterna soledad. El Lucero del Alba, en este caso, actúa como un catalizador, un símbolo de la inquietud y la búsqueda de algo más allá de lo establecido.