¿Cuál es la llamada estrella de la mañana?

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En la cosmovisión de los antiguos mexicanos, la Estrella de la Mañana, conocida como cetl, personificaba el frío. De igual manera, los coras atribuían al dios de la Estrella de la Mañana las características del frío, pero curiosamente, en esta narrativa, este mismo dios es quien pone fin a la época gélida.
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La Estrella de la Mañana: Un Dios de Frío y Renacimiento

En la rica cosmovisión de los antiguos mexicanos, el cielo nocturno no solo era un lienzo de estrellas, sino un escenario lleno de deidades y simbolismos. Entre estas figuras celestiales destacaba la Estrella de la Mañana, conocida como cetl, un astro que, más allá de su belleza, encarnaba un poder elemental: el frío.

Esta asociación no era exclusiva de los mexicas. Los coras, un pueblo indígena del occidente de México, también le atribuían al dios de la Estrella de la Mañana las características del frío. Para ellos, era un ser poderoso que dominaba la gélida época del invierno. Sin embargo, esta narrativa presenta un giro inesperado: el mismo dios que trae el frío también es quien marca su fin, dando paso a la primavera.

¿Cómo es posible que un dios asociado con el frío también sea el que trae la vida? La respuesta radica en la propia naturaleza cíclica de la vida y la muerte. La Estrella de la Mañana, al anunciar el amanecer, no solo marca el fin de la noche, sino también el inicio de un nuevo ciclo. De manera similar, el dios del frío, al poner fin al invierno, no solo trae la primavera, sino que permite que la naturaleza se renueve y florezca.

Este dualismo entre el frío y el renacimiento nos habla de la compleja cosmovisión de los antiguos mexicanos. Para ellos, la Estrella de la Mañana no era solo un astro brillante, sino una deidad con un poder que trascendía lo físico. En su ciclo de aparición y desaparición, nos recordaba la constante renovación del mundo y la coexistencia del frío y la vida, de la muerte y el renacimiento.

La Estrella de la Mañana, como cetl o como el dios de los coras, nos invita a reflexionar sobre la dualidad inherente a la naturaleza y a la propia existencia humana. Su presencia en el cielo, anunciando el amanecer, no solo nos recuerda el fin de la noche, sino que nos invita a celebrar el inicio de un nuevo día, una nueva oportunidad para la vida, la creación y el crecimiento.