¿Cuándo se creó el primer dicho?

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La aparición escrita de refranes se sitúa en la Edad Media, con obras como los Refranes del Marqués de Santillana representando un punto de inflexión en la documentación de este género literario oral, preexistente pero no registrado con anterioridad. Su origen oral es anterior, perdiéndose en la antigüedad.

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La Evasión del Tiempo: ¿Cuándo Nació el Primer Dicho?

La pregunta sobre la creación del primer dicho es una búsqueda de un origen escurridizo, como intentar atrapar el viento. No existe un momento puntual, un día concreto en el que una frase ingeniosa, concisa y sabrosa, cristalizara por primera vez en la mente humana y se convirtiera en el arquetipo de lo que hoy conocemos como refrán. A diferencia de una invención tangible, como la rueda, el dicho nace y se transforma orgánicamente, como un lenguaje vivo que respira y evoluciona con las sociedades que lo forjan.

La evidencia escrita, nuestra herramienta para escudriñar el pasado, nos arroja información fragmentada y tardía. Si bien la Edad Media nos ofrece un registro más palpable con compilaciones como los Refranes del Marqués de Santillana (Íñigo López de Mendoza), ésta obra, lejos de representar un comienzo, supone un hito fundamental en la documentación del género. Los versos del Marqués recogen sabiduría popular ya existente, transmitida oralmente a través de generaciones. Estos refranes, con su estructura poética y moralizante, son un testimonio de la rica tradición oral preexistente, una tradición que, se puede afirmar, se remonta a épocas mucho más antiguas.

Imaginemos a los primeros humanos, compartiendo experiencias y transmitiendo conocimientos mediante breves frases memorables: advertencias sobre el peligro, observaciones sobre la naturaleza, consejos para la vida cotidiana. Estas frases, sencillas y efectivas, se grabaron en la memoria colectiva, repitiéndose y adaptándose con el paso del tiempo. La transmisión oral, sin la precisión de la escritura, permitía una evolución orgánica, con variaciones regionales, adaptaciones a nuevas realidades y la inevitable pérdida de sus orígenes exactos.

La búsqueda del “primer dicho” es, pues, una tarea imposible. No podemos precisar si surgió en una cueva prehistórica, en una aldea neolítica o en las primeras ciudades. Su génesis reside en la necesidad humana de simplificar la experiencia, de transmitir conocimiento de manera eficiente y memorable, de dotar de sentido al mundo a través de la observación y la sabiduría popular. Los refranes, en su esencia, son piezas arqueológicas del lenguaje, vestigios de la memoria colectiva, que nos hablan de un pasado remoto e inasible, pero no menos fascinante. Su larga prehistoria, oculta tras el velo del tiempo, es, en sí misma, el mejor testimonio de su perdurable vigencia.

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