¿Por qué la Luna se llama luna?

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El nombre Luna proviene del latín, derivado de la diosa griega Selene. Los romanos la llamaron Luna, añadiéndole el significado de portadora de luz. Este nombre se mantiene en lenguas de origen latino.
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El nombre Luna: un viaje a través del tiempo y la mitología

La palabra “Luna”, que utilizamos para nombrar a nuestro satélite natural, evoca imágenes de noches estrelladas y silencios cósmicos. Pero, ¿por qué se le llama así? Su nombre, aparentemente simple, esconde un fascinante recorrido histórico y mitológico.

La etimología de “Luna” nos lleva directamente al latín. Este, a su vez, hereda el término de las raíces griegas, donde Selene personificaba la diosa de la Luna. La mitología griega nos presenta a Selene como una entidad celestial, encargada de iluminar la noche con su presencia. Era vista como una divinidad importante, relacionada con la fertilidad y la belleza.

Los romanos, herederos culturales de los griegos, adoptaron el concepto de Selene, pero la adaptaron a su propio panteón. En lugar de Selene, la llamaron Luna, incorporándole un matiz semántico adicional. “Luna”, en la lengua latina, no solo representaba al cuerpo celeste, sino que también sugería su función: la luz que esparce en la oscuridad. “Portadora de luz” es, quizás, el significado subyacente que los romanos infundieron a este nombre. Esta connotación de la luz lunar, tan vital para la vida nocturna en tiempos antiguos, se convirtió en parte integral de la palabra.

Este proceso de adopción y adaptación lingüística es evidente en las lenguas de origen latino. Del latín se deriva el nombre en español, italiano, francés, portugués, entre otras lenguas. Prueba de esta herencia común es el nombre que prácticamente todas estas lenguas utilizan para designar al satélite que orbita nuestro planeta.

En conclusión, el nombre “Luna” es mucho más que una simple denominación. Es el resultado de una compleja evolución lingüística y cultural, que nos conecta con las creencias y la mitología de civilizaciones pasadas. Del panteón griego a la lengua latina, y finalmente a nuestra lengua actual, el nombre de la Luna nos permite viajar a través del tiempo y comprender, incluso a través de una simple palabra, la profunda admiración y la fascinación que ha despertado este cuerpo celeste a lo largo de la historia.