¿Por qué no se debe ir de rojo a una boda?

¿Rojo a una boda? ¡Ay, Dios mío! ¿Por qué alguien haría eso? En serio, me pregunto… Recuerdo la boda de mi prima Ana, hace años. Ella, radiante, un vestido de ensueño… y entonces apareció tía Concha, ¡de rojo pasión! Un rojo tan chillón que parecía un semáforo en plena autopista. Ana, pobrecita, se le notaba la incomodidad, una mezcla entre pena y esa sonrisa forzada que te sale cuando quieres que todo parezca perfecto aunque no lo sea.

Entiendo que la moda es libre, ¡que cada cual se vista como le dé la gana! Pero, ¿de verdad es necesario ir de rojo a una boda? Es el día de la novia, ¿no? Es su momento, su cuento de hadas, y el rojo, ese color tan… intenso, tan dominante, bueno, es como un grito en medio de una biblioteca. Se lleva toda la atención, ¿para qué? ¿Acaso necesitamos que nos admiren más que a la novia?

A mí me parece una falta de tacto, una falta de respeto, casi una declaración de guerra. Prefiero mil veces un color pastelito, algo suave, algo que diga “estoy aquí para celebrar tu felicidad, no para robarte el protagonismo”. Incluso me atrevería con un color que combine con el ramo de flores… ¡aunque eso sí que sería de atrevida! (Risas)

He leído por ahí que, estadísticamente, el 70% de los invitados a bodas consideran inapropiado ir de rojo. ¡Qué dato, eh! No es que sea una ley escrita en piedra, claro, pero… ¿de verdad vale la pena el riesgo? ¿Vale la pena el posible mal rato de la novia, o el malestar de los demás? Yo, personalmente, prefiero evitar la polémica y jugar al seguro. Además, hay tantos colores preciosos… ¿para qué complicarse la vida?