¿Por qué se dice el agua y las aguas?

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Por norma general, ante sustantivos femeninos que inician con a acentuada se emplea el artículo el. Ejemplos: el agua, el alma, el ave.

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El Misterio de “El Agua” y “Las Aguas”: Desentrañando la Singularidad del Artículo

El español, con su riqueza y a veces desconcertantes reglas, nos presenta curiosidades lingüísticas que merecen ser exploradas. Una de ellas, quizás de las más comentadas y debatidas, reside en el uso del artículo definido “el” para el sustantivo femenino “agua”, que, aparentemente, contradice la norma general de concordancia de género. ¿Por qué decimos “el agua” y no “la agua”, y por qué, en plural, volvemos a “las aguas”? La respuesta se encuentra en una combinación de fonética, historia y evolución de la lengua.

La Fonética al Rescate: Evitando la Cacofonía

Como bien se apunta, la regla general en español indica que los sustantivos femeninos deben ir acompañados del artículo “la”. Sin embargo, existe una excepción importante para aquellos sustantivos femeninos que comienzan con una “a” tónica o acentuada, es decir, que llevan el acento prosódico en la primera sílaba. En estos casos, y “agua” es el ejemplo paradigmático, se utiliza el artículo “el” en singular.

La razón detrás de esta peculiaridad es puramente fonética. La proximidad de dos vocales iguales y acentuadas, como sería “la agua”, generaría una cacofonía, un sonido disonante y poco agradable al oído. Para evitar esta repetición incómoda, se optó por utilizar “el”, que, aunque genéricamente masculino, funciona como un simple recurso para facilitar la pronunciación.

Este mismo principio se aplica a otros sustantivos femeninos que cumplen con la condición de comenzar con “a” tónica, como “el alma” o “el ave”, aunque con menor frecuencia se encuentran ejemplos en el habla cotidiana.

El Retorno del Femenino en el Plural: “Las Aguas”

La situación cambia radicalmente al pasar al plural. En este caso, la necesidad de evitar la cacofonía desaparece, ya que el artículo “las” no presenta la misma proximidad vocálica problemática con la “a” inicial de “aguas”. Por lo tanto, recuperamos la concordancia de género y decimos “las aguas”.

Es importante destacar que la elección de “el” en singular no cambia el género del sustantivo. “Agua” sigue siendo femenino, y esto se evidencia en la concordancia con otros elementos de la oración, por ejemplo: “El agua fría me refrescó” (utilizamos el adjetivo “fría” en femenino).

Un Ejemplo de la Adaptabilidad Lingüística

La historia de “el agua” y “las aguas” es un claro ejemplo de cómo la lengua española, como un organismo vivo, se adapta y evoluciona para facilitar la comunicación y evitar sonidos desagradables. Más allá de una simple regla gramatical, refleja un proceso dinámico de ajuste y refinamiento que busca la armonía y la fluidez en el habla.

En resumen, decimos “el agua” por razones fonéticas, para evitar la cacofonía que produciría “la agua”. Sin embargo, el sustantivo sigue siendo femenino, y al pasar al plural, la norma general se restablece y utilizamos “las aguas”. Esta aparente contradicción es, en realidad, una muestra de la sofisticación y la belleza de la lengua española.