¿Qué le dice una piedra a otra piedra?
El Silencio de las Eras: Una Conversación Entre Piedras
La frase “Qué existencia tan implacable” resonaba, no en el aire inexistente entre ellas, sino en la profunda quietud que solo el tiempo petrificado puede comprender. Dos piedras, yuxtapuestas en un paisaje erosionado por siglos, compartían un diálogo silencioso, una conversación grabada en las estrías de su ser pétreo. No eran palabras articuladas, sino la resonancia de una existencia compartida, una duradera sinfonía de paciencia y resistencia.
No se trata de un lenguaje audible, sino de una comunicación más esencial, más profunda. Una piedra susurra a la otra, no con la efímera brisa, sino a través de la lenta presión de los siglos, a través de la infiltración del agua, a través del roce insensible del viento. Su “conversación” es la historia misma de la tierra, escrita en sus fracturas, en sus vetas minerales, en el pulido inexorable de la erosión. Es el susurro de la tectónica de placas, la memoria del magma enfriado, el eco de las catástrofes geológicas que moldearon su forma.
“¿Qué existencia tan implacable!”, susurra la primera piedra, no como una queja, sino como una constatación, una aceptación estoica de su inmovilidad. Es la declaración de una vida medida en eones, una vida en la que la inmensidad del tiempo es la única escala significativa. No hay prisa, no hay urgencia, solo la implacable lentitud de la transformación geológica.
El peso compartido, mencionado en el susurro silencioso, no es un peso físico, sino la carga de la historia misma, la pesadumbre de haber sido testigo mudo de imperios ascendidos y caídos, de civilizaciones florecientes y destruidas, de cambios climáticos titánicos. El silencio entre ellas es el silencio del conocimiento profundo, la contención de una memoria infinitamente más antigua que cualquier relato humano.
Estas dos piedras, inmóviles en su aparente quietud, son, en realidad, el arquetipo de la perseverancia. Su conversación no es un lamento, sino una afirmación de su propia existencia, una resistencia a la desintegración, un testimonio silencioso de la potencia implacable y a la vez sublime de la naturaleza. Son un recordatorio de que la vida, en todas sus formas, puede encontrar una belleza profunda incluso en la más implacable de las durezas. La dureza de la vida, para ellas, no es un obstáculo, sino la materia misma de su ser.
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