¿Cómo enseñar a un niño al vaso?

Ay, Dios mío, enseñar a un niño a usar el baño… ¡qué odisea! Recuerdo a mi pequeñito, apenas tenía dos años, y la cara que ponía cuando le decía “Vamos al baño”. Parecía que le estaba pidiendo que se lanzara a un volcán. ¿Cómo explicarles ese misterio? ¿Cómo convertir esa tarea en algo normal, algo… ¡natural!

Para empezar, no hay una fórmula mágica, ¿verdad? Cada niño es un mundo. Con mi hijo, lo primero fue mostrarle el “truco” de la cadena. A él, le fascinaba el ruido. ¡Ese glorioso estruendo! Le enseñé a tirar de ella, con cuidado, claro, y le expliqué, con mucho cariño, que allí iba… bueno, ya saben, lo que iba. Me acuerdo que le decía “Mira, ¡adiós popó!” con una sonrisa gigante. Funcionaba, lo veía como un juego.

Otro truco, y esto es fundamental, es observar. ¡Observar muchísimo! Los niños dan señales, aunque a veces sean sutiles. Ese gesto de agacharse, esa mueca de concentración… ¡alerta roja! Tienes que estar alerta, porque si esperas demasiado, ¡adiós suelo limpio! Recuerdo una vez que estaba tan absorta hablando por teléfono que no me di cuenta hasta que ya era demasiado tarde. Aún me da escalofríos recordarlo… ¡la alfombra, pobrecita!

Y por último, ¡los elogios! ¡No escatimen en elogios! Un simple “¡Qué bien lo has hecho!”, un abrazo enorme, un bailecito tonto… cualquier cosa que le haga sentir orgulloso. ¿Para qué sirve tanto esfuerzo si no le damos un refuerzo positivo? Eso sí, hay que hacerlo con naturalidad, no como un premio de circo, ¿no? Solo mostrar nuestro amor y admiración. Con mi hijo, funcionó maravillosamente. Después de unos cuantos meses de paciencia, ¡lo logró! Y claro, la satisfacción era indescriptible.

Es un proceso largo y, a veces, un poco… ¡desagradable! Pero al final, verles triunfar con esa independencia, esa es la mejor recompensa del mundo, ¿o no?