¿Cuál es la diferencia cualitativa y cuantitativa?

A ver, ¿cualitativo y cuantitativo? Siempre me lío un poco con estos términos, ¿a quién no? Suena a clase de estadística, ¿verdad? Pero en el fondo, es más sencillo de lo que parece. Es como… ¿cómo explicarlo? Imaginen que quiero saber qué tal está el café de mi nueva cafetería favorita.

Si voy por la ruta cualitativa, me sentaría allí, con mi café humeante, y pensaría: “¿Qué me transmite este café?”. A lo mejor describo su aroma, si es intenso, suave, afrutado… Diría si me deja un gusto amargo, dulce, si me recuerda al café de mi abuela… ¿Entienden? Palabras, sensaciones, experiencias. Como cuando le cuentas a tu amiga que la película te hizo llorar a moco tendido, no le dices “lloré 3.5 mililitros de lágrimas”.

Pero si me pongo cuantitativa… ¡la cosa cambia! Entonces me pondría a contar cuántas personas entran a la cafetería en una hora, cuántos piden café con leche, cuántos expreso… Igual hasta hago una encuesta con estrellitas para puntuar el sabor, el servicio, el ambiente. Números, estadísticas, datos duros. Como ese estudio que leí el otro día (no me acuerdo dónde, ¡cosas de la edad!) que decía que el 75% de la gente prefiere el café con leche en las mañanas. No te dice por qué, solo te da el número.

Es que, a veces, lo cualitativo se siente más… personal, ¿no? Recuerdo una vez que entrevisté a un grupo de artesanos para un proyecto. No me interesaba saber cuántas piezas vendían al mes, sino cómo vivían su arte, qué les inspiraba. Sus historias, llenas de pasión, frustraciones y sueños… eso era lo importante, lo que daba sentido a los números.

Porque sí, los números son útiles, ¡claro que sí! Pero a veces, para entender algo de verdad, necesitas ir más allá. Necesitas las palabras, las emociones, las experiencias. Necesitas lo cualitativo, lo humano. ¿O me equivoco?