¿Qué cosas me hacen enojar?
La mecha corta: Pequeños infiernos cotidianos que desatan mi furia
Hay cosas que, aunque parezcan nimiedades para algunos, a mí me encienden la mecha como si fueran gasolina. Son pequeños infiernos cotidianos, chispas que incendian mi paciencia y me recuerdan lo volátil que puede ser la serenidad. No se trata de un mal carácter crónico, sino de una defensa ante la falta de consideración ajena, una reacción visceral a la desidia y al egoísmo que, a veces, parecen imperar en nuestro entorno.
Empecemos por las colas. Ese microcosmos de la espera, ese espacio donde la civilización se pone a prueba. ¿Y qué me saca de quicio? Los colados. Esos artistas del escapismo social que, con una mezcla de audacia y falta de respeto, se deslizan como anguilas hasta posiciones privilegiadas, ignorando el tiempo y la paciencia de quienes hemos cumplido las normas. Es una falta de respeto flagrante, una bofetada a la justicia elemental que me crispa los nervios.
Y hablando de respeto, ¿qué decir de la falta de educación? Ese abanico que va desde el simple “por favor” omitido hasta la grosería descarada. Un universo de malos modales que me hace cuestionar la evolución de la especie. No pido una reverencia, solo un mínimo de cortesía, una pizca de consideración hacia el otro.
Relacionado con esto, me enerva la gente que no escucha. Esa que, mientras hablas, asiente con la cabeza pero tiene la mirada perdida en el infinito, pensando en la lista de la compra o en el último capítulo de su serie favorita. Es una forma sutil de desprecio, una manera de decir “tu opinión no me importa” sin pronunciar palabra.
El escupir en público es otra de mis bestias negras. Un acto tan primitivo como desagradable, una muestra de desprecio por el espacio común y la higiene básica. Me produce una repulsión visceral, una sensación de asco que me cuesta disimular.
Las esperas telefónicas con su música infernal y sus mensajes repetitivos son otro de mis suplicios. Minutos que se estiran como chicle, mientras escucho una y otra vez las bondades de la empresa a la que estoy intentando contactar. Una tortura moderna que me hace sentir impotente y frustrado.
Los aprovechados, esos parásitos sociales que se nutren del esfuerzo ajeno, también me sacan de mis casillas. Esa gente que siempre busca el beneficio propio, sin importar las consecuencias para los demás. Una plaga silenciosa que erosiona la confianza y el buen rollo.
Quienes ignoran las normas, ya sea saltándose un semáforo en rojo o fumando en un lugar prohibido, también alimentan mi indignación. Su egoísmo y su falta de respeto por la convivencia me hacen hervir la sangre.
Finalmente, el uso del móvil al volante es la guinda del pastel. Una irresponsabilidad temeraria que pone en peligro la vida propia y la de los demás. Una muestra de egoísmo extremo que me llena de rabia e impotencia.
En fin, estos son algunos de mis demonios particulares. Pequeñas batallas cotidianas que libro contra la incivilización. Quizás sean manías, quizás sea excesivamente sensible, pero son mis líneas rojas, mis pequeñas cruzadas personales. Y sí, lo confieso, a veces pierdo la batalla y la mecha se enciende. Pero al menos lo intento, al menos lucho por un mundo un poco más civilizado, un poco más respetuoso, un poco menos… infernal.
#Enojo#Furia#IraComentar la respuesta:
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