¿Qué se escribe en una metodología?

Ay, la metodología… Ese apartado que siempre me daba tanto quebradero de cabeza. ¿Qué se escribe en una metodología, decías? Pues mira, te cuento desde mi experiencia, que a veces creo que aprendemos más de los tropiezos que de las fórmulas perfectas.

En el fondo, una metodología es como el mapa de tu viaje, ¿no? Tu plan de ataque para responder a esa pregunta que te quema por dentro, esa que te ha mantenido despierto noches enteras. Define el qué y el por qué, sí, eso es cierto. Como cuando quise investigar el impacto de la música clásica en el crecimiento de las plantas… ¿Te imaginas? Me pasé meses escuchando a Bach a mis pobres geranios, midiendo sus hojas con una regla… ¡qué locura! Eso, el qué y el por qué, era mi planteamiento inicial, la semilla de mi investigación.

Pero la metodología no se queda ahí, ¿eh? No es solo la idea, ¡sino cómo la llevas a la práctica! Ahí entran los métodos, que son como las instrucciones paso a paso. En mi caso con los geranios, por ejemplo, tenía que detallar… bueno, todo. Qué tipo de música usé (Bach, obvio, que es el mejor), cómo regaba las plantas (una vez al día, a la misma hora, ¡qué estricta era!), y cómo medía su crecimiento. A veces me sentía como un científico loco, con mi regla y mi playlist de Bach, jeje.

Recuerdo que un amigo, que está haciendo su tesis doctoral sobre algo muchísimo más complejo (¡no me acuerdo de qué, la verdad!), me decía que la metodología es el “cómo” concreto, casi como una receta de cocina, pero… bueno, para ciencia, claro. Y creo que tiene razón. Tiene que quedar todo claro, para que cualquiera pueda repetir tu experimento, aunque no lo haga con geranios y Bach, por supuesto. Y es que, al final, de eso se trata: de que tu investigación sea reproducible, ¿no? Que otra persona pueda seguir tus pasos y llegar (más o menos) a las mismas conclusiones. Si no… pues, ¿qué sentido tiene, verdad?