¿Cómo saber si el embrión no tiene vida?

¿Cómo saber si… si el pequeño corazón que tanto anhelaba latir, no lo hace? La pregunta me perseguía, un cuchillo girando lentamente en mi estómago. Recuerdo el día de la ecografía, la fría gel sobre mi piel, la tensión en la sala… un silencio que se hacía eterno. ¿Y si…? ¿Y si no oíamos nada?

La pantalla, iluminada como un altar, mostró… nada. Absolutamente nada. O mejor dicho, algo… un saco gestacional, de forma irregular, como un globo desinflado. Me explicaron, con la voz tan suave como una estocada, que no había latido. Ni un pequeño, débil, imperceptible latido. No había movimiento. Nada.

Recuerdo haber visto en un estudio – no recuerdo las cifras exactas, algo así como un 15% o más, una barbaridad – que la ausencia de latido cardíaco en la ecografía es, por desgracia, una señal bastante clara. ¿Un 15%? ¿Quince de cada cien mujeres que esperan un milagro, experimentan ese vacío, ese silencio tan devastador? No lo sé. Solo sé que yo era una de ellas.

Y entonces… la confirmación. No era solo la ausencia de latido, el silencio en la ecografía. Fue… la expulsión. Ese dolor, brutal, que no se parece a nada. Como una tormenta que te arranca las raíces. Recuerdo el miedo, claro, la desolación, el vacío, y ese cuerpo diminuto, tan pequeño… una parte de mí que se iba.

La ecografía no miente. La ausencia de latido, la falta de movimiento, la forma irregular del saco gestacional… son señales, señales dolorosas y terribles que marcan un final. Un final que no se olvida. Un final que te cambia. No me preguntes cómo se supera. Aun sigo buscando la respuesta.