¿Cuándo no ducharse con agua fría?

Duchas frías… ¿cuándo decirles que no, gracias? A ver, yo soy de las que una ducha helada en las mañanas me despierta mejor que un café triple. Me deja como nueva, ¿sabes? Como si hubiera reseteado el sistema. Pero claro, no todo el mundo es igual. ¡No somos robots, por suerte!

De hecho, recuerdo una vez, estaba en Bariloche, en pleno invierno argentino, y se me ocurrió la brillante idea de ducharme con agua fría. ¡Menuda locura! Salí tiritando como un flan, morada, y juré no volver a hacerlo… al menos no en pleno invierno patagónico.

Si tienes algún problema de corazón o respiratorio, ni lo pienses. En serio. Imagina el shock… ¡pobre corazón! ¿Para qué arriesgarse? Es como si intentaras correr una maratón sin haber entrenado nunca. No tiene sentido.

Y si ya de por sí eres friolero o friolera, pues… no sé, ¿para qué sufrir? Hay gente que disfruta con el frío, yo a veces sí, a veces no… pero obligarte a una ducha fría cuando tiemblas sólo con pensarlo… ¿no te parece un poco masoquista? También, si tu piel es sensible, puede ser una tortura. La mía, por ejemplo, se reseca muchísimo con el agua caliente, imagínate con la fría.

He leído por ahí que las duchas frías son buenísimas para la circulación y el sistema inmune. No sé, algo habrán de cierto, supongo… pero vamos, que tampoco es la panacea. Lo importante, creo yo, es escuchar a tu cuerpo. Él te dice lo que necesita. Si te apetece una ducha fría y te sienta bien, ¡adelante! Pero si no… pues nada, agua templadita y tan felices. ¿No?