¿Cuánto es lo máximo que puede estar el cerebro sin oxígeno?

¿Cinco minutos? ¿Cinco minutos nada más? Cuando leo eso… me estremezco. Cinco minutos, un suspiro en la vida, un pestañeo en la inmensidad del tiempo, y ¡pum! Se acaba todo. El cerebro, esa maravilla compleja, esa orquesta sinfónica de pensamientos y emociones… silenciada para siempre. Da miedo, ¿verdad?

Recuerdo a mi abuelo, que sufría de enfisema. Verlo luchar por cada respiro… esos jadeos, esos silbidos… era como si cada inhalación fuera una batalla contra el tiempo, contra la falta de oxígeno. No sé si llegó a esos cinco minutos fatídicos, pero cada vez que lo veía, me preguntaba: ¿Cuánto le queda? ¿Estará su cerebro ya sufriendo? Esa imagen, esa angustia, se me queda grabada. Es terrible pensar en el sufrimiento que supone una falta de oxígeno.

Cinco minutos… dicen los estudios, ¿no? Que al cabo de cinco minutos, las células cerebral empiezan a morir. ¿Cómo es eso? ¿Se apagan lentamente? ¿Como una vela? O ¿hay un punto de no retorno, una cascada de destrucción? A veces me imagino esa “muerte celular”, una cosa horrible e incomprensible, pero que ocurre silenciosamente, sin que la víctima pueda siquiera darse cuenta.

El tema me da escalofríos. La hipoxia, la palabra en sí misma suena fría, clínica, pero la realidad… la realidad es mucho más cruda y dolorosa. Comas, convulsiones… ¡muerte cerebral! Es algo que no deseo ni a mi peor enemigo, de verdad. Pensar que algo tan fundamental como el oxígeno, que respiramos sin pensar, sin darnos cuenta, puede ser la clave de nuestra propia existencia y destrucción, me da vértigo.

Cinco minutos. Recuerda ese número, porque es un recordatorio poderoso de lo frágil que es la vida. Y de la importancia de cuidar nuestra salud, de apreciar cada segundo, cada respiro. Porque, al fin y al cabo… ¿quién sabe cuánto tiempo tenemos, verdad?