¿Es malo lastimarse un lunar?

¿Es malo lastimarse un lunar? Ay, qué pregunta tan preocupante… Me acuerdo de una vez, hace años, que me di un buen golpe en la rodilla contra la pata de la mesa, justo encima de un lunar que tenía ahí desde niña. ¡Qué susto! Sangró un poquito, y me quedé mirándolo como si fuera una criatura extraña. ¿Y si se convertía en algo malo? ¿Y si se me ponía feo? La verdad, me dio mucho miedo.

Recuerdo que mi abuela, que tenía una sabiduría popular impresionante, me dijo que era importante estar pendiente de cualquier cambio. Que si cambiaba de color, de tamaño, si picaba… ¡a correr al médico! Y ella no bromeaba. De verdad, ¿quién iba a bromear con algo así?

Claro, ahora que lo pienso, ¡cuántos lunares tenemos! Hay algunos que ni los vemos hasta que nos asomamos al espejo con una buena luz. Muchos son inofensivos, ¿verdad? Pero… ¿y si no lo son? Ese es el dilema. Porque, aunque digan que la mayoría son benignos… el “y si” da mucho miedo. Es como esa sensación de cuando eres pequeño y te vas solo a la cama, con la oscuridad y todos esos ruidos extraños… ¡un poco de miedo existe, siempre!

Recuerdo que leí por ahí – creo que fue en una revista, hace mucho – que algo así como el 1% de los lunares puede convertirse en melanoma, un tipo de cáncer de piel. Uf, un uno por ciento… puede parecer poco, pero en realidad son muchas personas, ¿no? Y piensas… ¿y si yo soy una de ellas?

En fin, la moraleja de todo esto, y lo que siempre he aprendido (y a veces olvido, lo confieso), es que cualquier cambio en un lunar, por pequeño que sea, necesita ser revisado por un médico. Sangrado, inflamación, picazón… ¡alerta roja! Es mejor prevenir, que lamentar. No es cuestión de paranoia, sino de cuidarse. Y si me preguntan a mí… mejor pecar de precavido. Es cuestión de salud, y eso no tiene precio.