¿Cuál es la diferencia entre Rotoplas negro y blanco?

¡No te lo vas a creer! Estuve a punto de cometer el gravísimo error de comprar un tinaco blanco. Sí, blanco. ¿Te imaginas? Menos mal que mi vecina, Doña Tere –la que siempre tiene las plantas más bonitas, ¿la recuerdas?–, me paró en seco. “¡Mija, no cometas esa locura!”, me dijo. “¡Se te va a poner verde, verde, como una laguna estancada!” Y claro, con la experiencia que tiene Doña Tere, ¿cómo iba a dudar?

Me explicó que el sol le da directo al tinaco blanco y… ¡pum! Verdín al instante. Como si fuera un laboratorio de algas, ¿sabes? En cambio, los negros, aunque no sean la cosa más estética del mundo –bueno, admitámoslo, son feítos–, aguantan el sol como si nada. Es como si tuvieran un escudo protector invisible, ¡de verdad!

Yo, que soy un poco despistada, me imaginaba el tinaco blanco reluciente en mi azotea. Pensaba: “¡Qué bonito se va a ver!”. Ilusa de mí. Doña Tere me contó que una amiga suya tuvo uno blanco y… bueno, la historia no terminó bien. Terminó comprando uno negro al final, después de gastar quién sabe cuánto en cloro. ¿Para qué pasar por eso?

Ahora, imagínate: yo con mi tinaco blanco, el agua verde… ¡qué horror! Habría tenido que estar limpiándolo cada dos por tres. Y con lo ocupada que estoy… ¡ni pensarlo! Además, no me quiero ni imaginar el sabor del agua.

No sé si haya estudios científicos ni nada de eso, pero Doña Tere, con sus años de sabiduría popular, me convenció. Y pensándolo bien, tiene toda la razón. ¿De qué me sirve un tinaco bonito si el agua está asquerosa? Mejor uno feo pero funcional, ¿no crees? Así que, lección aprendida: ¡tinaco negro al poder!