¿Qué mar hay en Finisterre?

El Fin del Mundo y la Ilusión de un Mar: Descifrando la Geografía de Finisterre

El Cabo Finisterre, en la mágica costa gallega, evoca imágenes de barcos desafiando olas embravecidas y un horizonte infinito. Muchos se preguntan, erróneamente, qué mar baña sus imponentes acantilados. La respuesta, a pesar de su aparente simplicidad, requiere una comprensión más profunda de la geografía marítima. En Finisterre no existe un “mar” en el sentido tradicional del término, como el Mediterráneo o el Cantábrico. El océano Atlántico es el protagonista indiscutible.

La idea de un “mar de Finisterre” probablemente surge de la percepción romántica y literaria del lugar, asociado desde la antigüedad con el fin del mundo conocido. Esta imagen poética, alimentada por siglos de leyendas y tradición marinera, ha oscurecido su realidad geográfica. El cabo se adentra en el inmenso Océano Atlántico, sin pertenecer a un mar definido dentro de la oceanografía.

Su ubicación en la costa occidental de España lo convierte en un punto de encuentro, un límite natural donde la inmensidad oceánica se fusiona con la tierra firme. Es, por tanto, un límite geográfico, un hito en la cartografía, más que una frontera entre diferentes masas de agua con características definidas. No hay una línea divisoria acuática que separe un “mar de Finisterre” del resto del Atlántico.

Imaginemos la escena: el impetuoso océano, con sus corrientes y mareas, rompiendo contra las rocas de Finisterre. Es el Atlántico en su estado puro, en su inmensidad y poderío. Hablar de un “mar” en este contexto es simplificar la complejidad de un ecosistema marino amplio y diverso, reduciéndolo a una denominación arbitraria y poco precisa.

Por lo tanto, la próxima vez que se piense en Finisterre, recordemos su grandeza y su significado histórico, pero evitemos la inexactitud de buscar un “mar” que no existe. El cabo se encuentra en el Océano Atlántico, en un punto donde la tierra y el océano se abrazan en un encuentro majestuoso y sin artificios. Es la majestuosidad del Atlántico, sin más, la que define la experiencia de este lugar emblemático.