¿Cómo quitarle el almidón a las lentejas?

¿Cómo quitarle ese almidón a las lentejas? Ay, qué pregunta tan existencial, ¿no? O al menos, existencial para alguien como yo, que tiene un estómago delicado, que se rebela ante la mínima pesadez. Recuerdo una vez, en mi primer intento de hacer lentejas estofadas (¡un desastre culinario, para qué les cuento!), me quedaron como… pegotes. Un horror. Pesadas, pastosas, un auténtico atentado contra mi paladar. Desde entonces, aprendí el truco, el secreto, el ¡eureka! de las lentejas perfectas.

¡Remojarlas toda la noche! Es mágico, de verdad. Es como una pequeña ceremonia, una especie de ritual antes de cocinar. Me encanta ver cómo el agua se va tornando turbia, lechosa… ¡es el almidón que se libera! Como si las lentejas estuvieran suspirando, soltando lastre. A veces pienso, ¿qué será esa liberación de almidón? ¿un suspiro de alivio para las lentejas? ¿O una señal de que están listas para transformarse en un plato delicioso?

Cambiar el agua un par de veces… es un poco como mimarlas, ¿no? Un pequeño gesto de cariño para asegurarme que quedarán perfectas, suaves, digestibles. Como cuando cuidas a un amigo, le das ese detalle extra que marca la diferencia. Recuerdo a mi abuela, siempre tan paciente, remojando los garbanzos durante horas, diciendo que “hay que darle su tiempo a las cosas buenas”. Y tenía razón. Es un pequeño esfuerzo, sí, pero el resultado, ¡oh, el resultado! Un guiso reconfortante, una sopa nutritiva… vale totalmente la pena. De verdad. Ni siquiera se compara con ese fiasco de mis primeras lentejas. Ahora, sólo me quedan esas lentejas perfectas, que se derriten en la boca… ¡un sueño hecho realidad!