¿Qué debo llevar a un viaje de 3 días?

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¡Ay, un viaje de tres días! Tres días de libertad, ¡pero qué estrés con la maleta! Yo, personalmente, me llevaría pijama y zapatillas cómodas, obvio. Ropa interior para cuatro días, mejor prevenir que lamentar. Dos conjuntos, ¡pero bien elegidos! Unos zapatos versátiles y un neceser con lo esencial. Joyas, solo las imprescindibles. Y ¡un buen libro! Que la maleta no sea un peso, que sea una extensión de mi alegría viajera.

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¿Qué llevar en un viaje de tres días? ¡Ay, Dios mío, qué dilema! Tres días de desconexión, de respirar hondo y sentir la libertad… ¡pero la maleta! Ese pequeño cubo de tortura que puede convertir la aventura en un martirio. Recuerdo una vez, en mi viaje a Roma, que intenté meter todo… ¡todo! Y acabé cargando con un peso muerto que me hizo odiar cada escalón de la Fontana di Trevi. Nunca más.

Pijama y zapatillas, sí, eso es sagrado. Como un ritual de paz, un bálsamo para los pies tras un día explorando. Ropa interior para cuatro días, ¿exagerado? Quizás, pero prefiero la tranquilidad de saber que estoy cubierta. Dos conjuntos, ¿dos? ¡Qué poco! Mejor dicho, dos conjuntos… ¡pero que sean los dos mejores! Unos que me hagan sentir cómoda y guapísima, que me recuerden a esa sensación de “estoy lista para comérme el mundo”. Claro, y unos zapatos que puedan aguantar un maratón… ¡que Roma, ay, Roma!… y una pequeña mochila para llevar lo esencial durante el día.

Un neceser… ¡ah, el neceser! Mi neceser es como un pequeño santuario de productos milagrosos, cremas, protectores solares, bálsamo labial, ¿necesito decir más? Las joyas… ¡solo las imprescindibles! Ese collar que me regaló mi abuela, por ejemplo, el que me recuerda que siempre me lleva en su corazón. Nada de brillos excesivos que me pesen o me hagan sentir incómoda.

Y, por supuesto, un libro. Un buen libro, uno que me transporte a otros mundos, que me haga olvidar por completo el bullicio del viaje. ¡Aunque sea un libro electrónico para ahorrar espacio! Este último viaje, me llevé “Cien años de soledad”, y me encantó leerlo bajo el sol mediterráneo. Un recuerdo imborrable. ¿Se entiende? Que la maleta no sea una carga, sino una amiga que acompaña la aventura, un pequeño cofre que guarda mis tesoros… y mis sueños.