¿Qué es la serie Moonlight?

¿Qué es Moonlight, me preguntan a veces? Uf, es difícil de explicar… es como si intentaras atrapar un sueño, ¿sabes? Algo que se te escapa entre los dedos, hermoso y frustrante a la vez. Moonlight… es una serie estadounidense, sí, eso es cierto, pero definirla solo con eso sería como describir el océano diciendo que es… azul. Azul, sí, pero también profundo, misterioso, lleno de criaturas extrañas y maravillosas, ¿no crees?

Drama y elementos sobrenaturales, eso dicen las fichas técnicas. Ron Koslow y Trevor Munson, los nombres que aparecen en los créditos, como si eso pudiera explicar la magia que hay dentro. Para mí, Moonlight, es más que eso. Es Alex O’Loughlin, con esa mirada que te cala hasta los huesos, interpretando a Mick St. John, un vampiro con un corazón –o lo que sea que un vampiro pueda tener parecido a un corazón– de oro. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi, estaba sola en casa, un día lluvioso de esos que te hunden el ánimo, y de repente… aquella escena, esa música… me enganchó por completo. ¡Qué intensidad!

Y Sophia Myles, como Coraline Du Maurier… ay, Coraline. Su personaje me recuerda a esa amiga que tuve en la universidad, tan inteligente, tan apasionada, pero con una fragilidad que te hacía querer protegerla a toda costa. Esa conexión entre Mick y Coraline… bueno, eso ya es otra historia, llena de altibajos, de amor prohibido, de luchas contra lo que se supone que debería ser. De esos dramas que te mantienen enganchada hasta el final, aunque a veces te dejas caer en el sofá con un “¡ay, por favor!” o un “¡pero qué tontos son!” porque, vamos, a veces… los guionistas te sacaban de quicio. Pero luego venía otra escena, otra escena llena de esa magia que te recordaba por qué empezaste a verla.

En fin, no sé si he conseguido explicar Moonlight. Quizás no. Pero te diré que si buscas una serie que te toque el alma, que te haga sentir, que te deje con esa sensación agridulce de que se acabó demasiado pronto… entonces, dale una oportunidad. Quizás te sorprenda. O quizás no. Pero, ¿qué más da? Vale la pena intentarlo, ¿verdad?

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