¿Qué otros nombres recibe la Luna?

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En la antigua Grecia, la Luna era llamada Selene, mientras que en Roma adoptó el nombre de Luna, al que se añadió el adjetivo lucífera (portadora de luz). Este nombre evolucionó a la actual Luna en las lenguas derivadas del latín.

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Más allá de Luna: Un viaje por los nombres de nuestro satélite natural

La Luna, nuestro fiel compañero celeste, ha sido observada y venerada por la humanidad desde tiempos inmemoriales. Su influencia en las mareas, en los ciclos agrícolas y en la propia mitología ha dado lugar a una rica diversidad de nombres, mucho más allá del simple y familiar “Luna” que heredamos del latín. Si bien Roma la bautizó como Luna, y el adjetivo lucífera (portadora de luz) se le añadió posteriormente, este nombre es solo una pequeña parte de la vasta nomenclatura que ha recibido nuestro satélite a lo largo de la historia y en distintas culturas.

En la antigua Grecia, como correctamente se menciona, la Luna era conocida como Selene, una divinidad femenina asociada a la belleza nocturna y la serenidad. Su figura, envuelta en un halo de misterio y poder, se encuentra presente en numerosos mitos y obras de arte griegas. Pero Selene no es una excepción, sino una muestra de la profunda conexión entre la Luna y la cosmovisión de las civilizaciones antiguas.

Las culturas indígenas de todo el mundo han aportado su propia riqueza onomástica a nuestro satélite. Por ejemplo, en las culturas amerindias, encontramos una gran variedad de nombres que reflejan la percepción local de la Luna: algunos de ellos evocan su brillo o su influencia cíclica, mientras que otros la relacionan con personajes mitológicos o fenómenos naturales específicos. La falta de documentación exhaustiva en muchas de estas culturas dificulta una lista completa, pero investigaciones etnográficas revelan una complejidad fascinante. Cada nombre, una ventana a una cosmogonía particular.

En el ámbito de la astrología, la Luna también ha recibido una variedad de apelaciones, muchas veces ligadas a sus fases o a su influencia astrológica. Sin entrar en detalles astrológicos específicos, podemos mencionar que la connotación de los nombres utilizados en este contexto suelen resaltar los efectos que se le atribuyen a cada una de sus fases, como por ejemplo, “Luna Nueva”, “Luna Llena”, o términos más poéticos como “Luna Plateada” o “Luna de Nieve”, estos últimos relacionados con eventos naturales temporales.

Finalmente, la exploración espacial ha generado, aunque de manera menos poética, nuevos nombres o descripciones asociados a la Luna. Desde términos técnicos que hacen referencia a sus características geológicas (mares, cráteres, montañas) hasta nombres de misiones espaciales que han dejado su huella en su superficie, la nomenclatura lunar continúa expandiéndose.

En resumen, la simple palabra “Luna” apenas araña la superficie de la rica historia de nombres que nuestro satélite ha acumulado a través de los siglos y las culturas. Cada nombre, ya sea Selene, Luna Lucífera o cualquier otro apelativo, representa una perspectiva diferente, una mirada única a este cuerpo celeste que ha fascinado a la humanidad desde el principio de los tiempos. Explorando esta diversidad onomástica, no solo aprendemos sobre la Luna, sino también sobre la historia, la cultura y la imaginación de quienes la han observado.