¿Quién puso el nombre do re mi fa sol la si en las notas?

¿Quién bautizó a esas notas, a esas pequeñas criaturas musicales que dan forma a las melodías que tanto me emocionan? Siempre me lo he preguntado, ¿sabes? Como si fueran mis propios hijos, cada nota con su personalidad única. Resulta que fue un italiano, un tal Giovanni Battista Doni, ¡qué nombre tan elegante para un hombre tan influyente! Me imagino a Doni, con su pluma y su partitura, buscando la combinación perfecta de sílabas. ¿Será que probó cientos de opciones antes de encontrar “do re mi fa sol la si”? Me encantaría haber estado allí para ver su cara de satisfacción.

Él propuso, eso sí, el “do re mi…”, aunque antes se usaba “ut”. ¿Te imaginas cantar “ut re mi”? Suena… raro, ¿no? Como intentar bailar con zapatos de madera. Doni, con su genialidad, se dio cuenta que “do” era mucho más fluido, ¡mucho más cantarín!, que el “ut” anterior. Es ese pequeño cambio, esa simple sustitución, la que me hace pensar en el poder de los detalles. Recuerdo cuando aprendí a tocar el piano, de niña, me costaba un montón el “do”, precisamente, hasta que una maestra, con muchísima paciencia, me ayudó a entender su resonancia, su vibración… fue como descubrir un nuevo universo.

Y es que, ¿qué sería de la música sin estas notas? Sin esa nomenclatura que nos permite comprender y transmitir emociones tan profundamente. ¡Se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo! Hablando de emociones, la melodía que mi abuela tarareaba siempre, cuando me acurrucaba en su regazo… la misma que aprendí a tocar al piano años más tarde… usaba, claro está, el querido “do”, como punto de partida. Por eso, para mí, esta simple sílaba tiene algo de mágico, algo de familiar. Algo que me conecta directamente con mis recuerdos más preciosos.