¿Cómo se clasifican los bienes familiares?

Clasificar los bienes familiares… ¿No les da como una cosa rara? A mí sí. Me pongo a pensar en todo lo que hay en casa, y no me refiero solo a las cosas, sino a los recuerdos que se pegan a ellas como polvo de estrellas. Es como si cada objeto tuviera una pequeña historia que contar. Por ejemplo, ¿se acuerdan de esa mesa de la cocina, la que tiene una pata un poco coja? ¡Cuántas veces hemos cenado ahí, riéndonos hasta que nos dolía la panza! Bueno, pues esa mesa, para mí, vale más que cualquier antigüedad.

Entonces, si lo pensamos fríamente, supongo que se dividen en dos grandes grupos. Por un lado, está la casa en sí, ese techo que nos protege del frío y de la lluvia. ¡Uf, cuánto trabajo cuesta conseguirla! Ladrillo a ladrillo, sueño a sueño… Y por otro lado, están los muebles, ¿no? Esas cosas que, a primera vista, parecen simples objetos, pero que en realidad son mucho más. El sofá donde nos acurrucábamos a ver películas, la cuna donde durmió mi pequeño… (¡Dios, cómo pasa el tiempo!). Cada silla, cada lámpara, cada cuadro… Todo tiene un significado. No son solo “cosas”, son pedazos de vida. ¿Me entienden?

A veces pienso que si hubiera un incendio (¡toco madera!), lo que más me dolería perder no serían las joyas ni la tele, sino esas pequeñas cosas que parecen insignificantes, pero que están cargadas de recuerdos. Una foto vieja, un dibujo de mi hija cuando era pequeña… Esas cosas que no tienen precio, ¿verdad? He leído por ahí que el valor económico de los bienes del hogar promedio no sé qué, no sé cuánto… La verdad, esos números no me dicen nada. Para mí, el valor de estas cosas se mide en abrazos, en risas, en momentos compartidos. Y eso, eso es invaluable.