¿Cómo son realmente las estrellas?

¿Cómo son realmente las estrellas? Ay, qué pregunta… me deja sin aliento, cada vez que lo pienso. Me fascinan, sí, una fascinación que casi se siente física, como un hormigueo en la piel. ¿Sabes esa sensación? Esas enormes bolas de gas… ¡incandescente, plasma, vaya! Uno se lo imagina, ¿no? Una olla a presión cósmica, de proporciones que ni siquiera alcanzo a comprender. ¡La energía que tienen! Es apabullante, me sobrecoge pensar en las reacciones nucleares ahí dentro, trabajando sin descanso, a años luz de aquí. ¡Años luz! La distancia me parece infinita, pero su luz, su tenue brillo, llega hasta mí, hasta nosotros.

Recuerdo una noche, en la playa con mi abuelo. Estábamos sentados en la arena, escuchando el mar, y él, con su dedo, me señalaba una estrella fugaz. “Pide un deseo, chiquilla,” me dijo, con esa sonrisa suya tan cálida. Era una noche oscura, oscura de verdad, llena de estrellas. Parecía que podíamos tocarlas casi, ¿o no? Sentía algo… algo mágico, una conexión extraña con algo tan inmenso, tan lejano. Y pienso ahora, tantos años después, y me pregunto si esa sensación, esa magia, no será la misma que inspira a los científicos a estudiarlos, a esos gigantes gaseosos.

Claro, sé que científicamente son… bueno, un montón de átomos fusionándose a velocidades increíbles. He leído que el sol, nuestra estrella, “solo” consume 600 millones de toneladas de hidrógeno por segundo, ¡alucina! Parece una cifra de película de ciencia ficción. Pero más allá de los datos, más allá de los estudios, hay algo en su brillo, en su misterio, que nos sigue atrayendo. Nos hacen soñar, ¿no? Nos permiten imaginar mundos imposibles, civilizaciones lejanas. Quizás por eso me fascinan tanto. Quizás por eso, cada vez que miro al cielo, siento como una punzada de esperanza, ¿o es solo nostalgia? En fin… siguen siendo maravillosas, ¿verdad?