¿Cuándo no debemos practicar la natación?

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Evite nadar si padece infecciones respiratorias agudas (bronquitis, asma, sinusitis), infecciones de garganta u oído, o brotes de enfermedades cutáneas como el eczema. La actividad física podría empeorar estas afecciones. Es crucial consultar a un médico antes de volver al agua.

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Sumergirte o no sumergirte: cuándo la piscina debe esperar

La natación, un ejercicio completo y refrescante, se presenta como una excelente opción para mantenernos en forma y disfrutar del verano. Sin embargo, no siempre es la actividad más adecuada, y existen circunstancias en las que debemos abstenernos de sumergirnos en el agua, por más tentador que sea el chapuzón. Ignorar estas contraindicaciones puede empeorar significativamente nuestra salud y, en algunos casos, derivar en complicaciones serias.

Este artículo se centra en identificar esos momentos en los que, por nuestro propio bien, debemos dejar la piscina para otro día. La clave radica en la comprensión de que la natación, a pesar de sus beneficios, representa una actividad física que puede ejercer estrés sobre nuestro organismo, especialmente cuando éste se encuentra debilitado o combatiendo una infección.

En primer lugar, es fundamental evitar la natación si padecemos infecciones respiratorias agudas. Esto incluye, pero no se limita a, bronquitis, asma exacerbada, sinusitis aguda y cualquier tipo de infección de garganta o oído. El esfuerzo físico que implica la natación, combinado con la inhalación y exhalación en un ambiente húmedo como la piscina, puede irritar las vías respiratorias ya inflamadas, exacerbando los síntomas y prolongando la enfermedad. La humedad puede contribuir a la proliferación de bacterias y virus, incrementando el riesgo de complicaciones.

Además de las infecciones respiratorias, las afecciones cutáneas activas también representan una contraindicación importante. Brotes de eczema, psoriasis, infecciones cutáneas bacterianas o micóticas, entre otras, pueden verse agravadas por el contacto prolongado con el cloro del agua de las piscinas y otros irritantes presentes en el ambiente. El cloro, aunque desinfecta el agua, puede resecar la piel y empeorar la inflamación en casos de afecciones dermatológicas. La fricción del agua y el contacto con otras personas también incrementan el riesgo de infección o irritación.

En todos estos casos, la recomendación es clara: abstenerse de nadar hasta que la infección o el brote cutáneo haya remitido completamente. Antes de retomar la actividad, es crucial consultar a un médico. Él podrá evaluar la situación específica y determinar cuándo es seguro volver al agua, evitando así posibles recaídas o complicaciones. No se trata simplemente de comodidad, sino de una decisión responsable que protege nuestra salud y bienestar.

En resumen, el disfrute de la natación debe ser siempre consciente y responsable. Priorizar nuestra salud sobre el deseo de un refrescante chapuzón es esencial para mantenernos sanos y disfrutar de este deporte de manera segura y placentera a largo plazo. Prevenir es siempre mejor que curar.