¿Cuánto tardan en quitarse las placas con antibiótico?

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¡Uf, diez días! Se me hace una eternidad tomar antibióticos, aunque entiendo que es necesario para acabar con la infección por completo. Es frustrante que los síntomas mejoren rápido y aún tengas que seguir con el tratamiento. A veces me dan ganas de dejarlo antes, pero sé que es vital para evitar que la bacteria vuelva con más fuerza. Es mejor aguantar un poco más y estar completamente curado.

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¿Cuánto tardan en quitarse las placas con antibiótico? ¡Diez días! Ufff, se me hace una eternidad, ¿verdad? Como si te pusieran una venda en el alma y te dijeran: “Aguanta, que esto se cura, pero a su ritmo”. Diez días de pastillas, diez días de sentirte… pues, regulín. Al principio, ¡ay!, qué alivio, los síntomas se van como por arte de magia. Te sientes mejor, casi eufórico. Recuerdo una vez que tuve una amigdalitis de esas que te dejan KO, me sentía un basurero ambulante, y al tercer día ya estaba casi bailando. Pero, ¡zas!, ahí estaba el médico, con su cara seria: “No lo dejes, eh? Acaba el tratamiento completo”. Y claro, tenía razón, aunque a mi cuerpo le suplique que se curara antes.

Me pasó algo parecido con una otitis. ¡Esas cosas son terribles! Parecía que me iban a explotar los tímpanos. Tomé el antibiótico, y en dos días, ¡bendito sea el inventor de la penicilina!, la mejoría fue espectacular. Pero… ¡diecisiete días más! Diecisiete días, ¡madre mía! Sentía que ya estaba curado, ¿para qué seguir? Pero, pensandolo bien, es mejor prevenir que lamentar, ¿no? Mejor diez días de pastillas y luego cero problemas que un resfriado que te dura dos meses… ¿o es que me equivoco? Es que una vez me pasó, creí que estaba bien y la infección volvió con más ganas… ¡un auténtico desastre!

Así que, sí, aunque diez días se hacen largos, mejor cumplir con el tratamiento. Es una guerra contra las bacterias, y hay que luchar hasta el final, aunque a veces quieras rendirte. Es mejor acabar con la infección del todo, ¿no te parece? Al final, esos diez días se convierten en una pequeña victoria, un triunfo sobre los bichos microscópicos que intentan arruinarnos la vida. Y eso, amigo, ¡merece la pena!