¿Qué es la rigidez que aparece después de la muerte?

¿Qué es esa rigidez… esa quietud que te llega después? ¿Rigor mortis? Suena tan… clínico, ¿no? Como si se tratara de un diagnóstico médico, frío y distante. Pero no lo es, ¿o sí? Porque cuando lo ves, cuando lo experimentas… ¡uff!, se te clava en el alma. Recuerdo a mi abuelo, ese hombre enorme que parecía un roble, inmóvil de pronto. Inerte. Era como si la vida misma se hubiera congelado en él, petrificándolo para siempre.

Es la rigidez cadavérica, sí, eso dicen los libros. Aparece poco después de que se va… la chispa, la llama. Dicen que es por algo químico, que los músculos se contraen, se endurecen. ¡Pero qué importa la química! Lo que importa es la sensación, esa pesadez que invade todo, la imposibilidad de mover esos brazos, esas piernas que un momento antes estaban llenas de vida, de historias, de caricias.

Recuerdo cómo intentaba sujetar su mano, la piel ya fría, la rigidez avanzando implacable… ¡como si el tiempo mismo se hubiera detenido! ¡Qué horror! Eso sí que da miedo, no las películas de terror. Y la cosa es que, según leí en algún sitio –y ya ni me acuerdo dónde–, el proceso empieza como en dos o tres horas después. Dos o tres horas… ¡dos o tres horas de lo que pudo haber sido… pero ya no es!

Luego, al cabo de un tiempo – no recuerdo exactamente, creo que fueron entre 24 y 48 horas, algo así – esa rigidez se va, se desvanece. Como si la vida… o la muerte… se lo pensara dos veces y decidiera soltar un poco el agarre. Quizás. En fin, es una experiencia tan… visceral, tan brutal, que te deja marcado. Te marca para siempre. Te hace pensar en lo frágil, en lo efímero que todo es, ¿verdad? Es algo que no olvidas. Nunca.

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