¿Qué pasa si como tumbada?

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¡Ay, comer acostada! Me da una pereza terrible, lo admito. Pero luego pienso en mi estómago, ¡pobrecito! Imagino que se revuelve todo de forma incómoda, la comida sube y baja sin orden... Me preocupa la acidez, las arcadas... No es solo comodidad, es una cuestión de respeto a mi cuerpo. Prefiero sentarme derecha, disfrutar la comida con calma y evitar problemas después. ¡Vale la pena el pequeño esfuerzo!

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¡Ay, comer acostada! La verdad es que suena tentador a veces, ¿a quién no le ha pasado tener ese momento de “no me muevo de aquí”? Pero, seamos honestos, ¿realmente vale la pena? Como dice el dicho, “lo barato sale caro” y en este caso, podría traducirse en “la comodidad de hoy, los problemas de mañana”.

Entremos un poquito más a fondo en lo que le pasa a nuestro cuerpo cuando comemos en posición horizontal. Para empezar, la gravedad es nuestra amiga cuando comemos sentados o de pie. Cuando tragamos, el esófago, ese tubo que conecta la boca con el estómago, usa la gravedad para ayudar a que la comida baje sin problemas. Cuando estamos acostados, esa ayuda desaparece y el esófago tiene que esforzarse más. Imagínatelo como intentar subir una escalera sin impulso; es mucho más difícil, ¿verdad?

El riesgo de reflujo ácido aumenta considerablemente. El esfínter esofágico inferior, esa válvula que separa el esófago del estómago, tiene la función de evitar que el ácido estomacal suba. Cuando estamos acostados, el ácido tiene más facilidad para vencer esa barrera y “escaparse”, provocando esa sensación horrible de ardor en el pecho y la garganta. Y esto no es solo una molestia puntual. Si lo hacemos a menudo, puede derivar en problemas más serios como esofagitis (inflamación del esófago) o incluso la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE), que requiere tratamiento médico a largo plazo. Según la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD), el reflujo es un problema muy común y comer acostado puede ser un factor agravante.

La digestión se vuelve más lenta y menos eficiente. El estómago, cuando está lleno, necesita espacio para moverse y contraerse para mezclar la comida con los jugos gástricos. Cuando estamos acostados, el estómago está más “apretado” y tiene menos espacio para hacer su trabajo. Esto puede causar hinchazón, gases, sensación de pesadez y malestar general.

Personalmente, he tenido malas experiencias con esto. Una vez, después de una tarde de piscina y mucho cansancio, me quedé medio dormida comiendo una pizza recostada en el sofá. ¡Error garrafal! Terminé con una acidez horrible que me duró horas y con una sensación de indigestión que me arruinó la noche. Desde entonces, intento ser mucho más consciente de la postura al comer.

Además, y esto es algo que me preocupa, comer acostado puede aumentar el riesgo de atragantamiento, especialmente en personas mayores o con problemas de deglución. Aunque es poco probable, el riesgo existe, y sinceramente, no quiero ni pensarlo.

Por supuesto, hay situaciones excepcionales en las que comer acostado es inevitable, como cuando estamos enfermos o convalecientes. Pero en la medida de lo posible, creo que vale la pena hacer el esfuerzo de sentarse a la mesa y disfrutar la comida con calma. No solo por la digestión, sino también porque comer sentado nos permite ser más conscientes de lo que estamos comiendo y disfrutar más de los sabores. ¡Y así le damos un respiro a nuestro pobre estómago!

En resumen, comer acostado no es lo ideal. Puede parecer cómodo en el momento, pero a la larga, puede traer más problemas que beneficios. Así que, la próxima vez que te sientas tentado a comer recostado, ¡piénsalo dos veces! Tu cuerpo te lo agradecerá.