¿Qué colores no están asociados con la luz visible?
Los colores que no forman parte del espectro visible son, por ejemplo, el marrón, el rosa o el magenta.
Más allá del arcoíris: Explorando los colores invisibles a nuestros ojos
La luz visible, esa franja del espectro electromagnético que nuestros ojos pueden percibir, nos regala un abanico de colores que va desde el rojo profundo hasta el violeta vibrante, pasando por naranjas, amarillos, verdes, azules e índigos. Nos maravillamos con la belleza de un atardecer rojizo o la intensidad de un cielo azul despejado, pero ¿qué hay de los colores que escapan a nuestra percepción? Existe un universo de tonalidades que, aunque no forman parte del espectro visible, forman parte integral de nuestra experiencia visual. Estos colores, a menudo llamados “extra-espectrales” o “colores percibidos”, se forman en nuestro cerebro a través de la combinación de longitudes de onda que sí son visibles.
Un ejemplo claro es el marrón. A diferencia del naranja o el amarillo, el marrón no posee una longitud de onda propia dentro del espectro visible. Lo percibimos cuando nuestros ojos reciben una mezcla de longitudes de onda, generalmente dominadas por el rojo y el verde, con baja intensidad. Imaginemos la corteza de un árbol: la luz que refleja contiene una combinación particular de longitudes de onda que nuestro cerebro interpreta como marrón. Diferentes proporciones de rojo, verde y azul, junto con la intensidad de la luz, nos dan la variada gama de marrones que conocemos, desde el chocolate oscuro hasta el beige claro.
El rosa es otro caso fascinante. No existe una longitud de onda “rosa” en el espectro. Se crea en nuestro cerebro al combinar la luz roja con la luz blanca, que a su vez contiene todas las longitudes de onda visibles. Es la adición del blanco lo que distingue al rosa del rojo puro, dándole esa cualidad suave y pastel. La intensidad del rojo y la cantidad de blanco determinan la infinidad de tonalidades de rosa que podemos percibir, desde el fucsia vibrante hasta el rosa pálido.
El magenta, a veces llamado fucsia o púrpura dependiendo de su intensidad, presenta una particularidad aún más intrigante. Se sitúa en el extremo del espectro visible, entre el rojo y el violeta, pero no tiene una longitud de onda propia. Es un color “inventado” por nuestro cerebro para cerrar el círculo cromático, una construcción mental que nos permite percibir una transición suave entre el rojo y el violeta. Nuestro cerebro, al recibir simultáneamente luz roja y violeta, interpreta esta combinación como magenta, un color que no existe como una única onda electromagnética.
Estos ejemplos demuestran que nuestra percepción del color es un proceso complejo que va más allá de la simple detección de longitudes de onda. El cerebro juega un papel activo en la construcción de nuestra experiencia visual, creando colores que no existen en el espectro visible pero que enriquecen nuestra percepción del mundo que nos rodea. Explorar estos colores “invisibles” nos permite comprender la fascinante interacción entre la física de la luz y la biología de nuestra visión.
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