¿Cómo restaurar el equilibrio de la flora intestinal?

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Ay, la flora intestinal... ¡qué importante es! Para mí, la clave no es solo comer miso y legumbres (aunque sí, ¡qué ricos!), sino sentirlo como un abrazo a mi cuerpo. Necesita fibra, sí, pero también ¡cariño! Un estilo de vida equilibrado, con ejercicio y descanso, es fundamental. No se trata de una dieta, sino de un cambio de actitud, de una conexión con mi bienestar. Si me cuido, mi intestino me lo agradecerá.

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¿Cómo recuperar ese equilibrio mágico en mi intestino? Ay, qué pregunta tan personal, ¿verdad? Porque la flora intestinal… ¡es mi mejor amiga, o mi peor enemiga, dependiendo de cómo la trate! Recuerdo esa vez, hace unos años, cuando me sentía fatal, hinchada, con dolores… era un desastre. El médico, claro, me habló de la flora, de lo importante que es, y me recetó probióticos, sí, pero sobre todo, me dijo algo que me marcó: “Cuídate, de verdad”.

No es solo comer miso y legumbres, aunque sí, ¡qué ricas están las lentejas estofadas de mi abuela! Para mí, es mucho más que eso. Es sentir que le doy a mi cuerpo lo que necesita, como un abrazo, un mimo. Fibra, por supuesto, ¡es esencial! Pero también… cariño, ¿sabes? Un abrazo de esos que te reconfortan.

¿Y cómo se consigue ese cariño intestinal? Pues con un estilo de vida, digamos… equilibrado. ¿Equilibrado? ¡Qué palabra tan sosa! Quiero decir, con ejercicio, claro. Aunque a veces, ¡qué pereza! Pero luego pienso en lo bien que me siento después de una caminata en el campo, ese aire fresco… Y el descanso, ¡qué importante es! Ocho horas, ¿cuántas veces las consigo? Poquitas, la verdad. Pero intento mejorar, poco a poco, porque sé que mi cuerpo, y sobre todo mi intestino, me lo agradecerán.

No es una dieta, ¿vale? ¡Odio las dietas! Es un cambio de actitud, una conexión profunda con mi bienestar. Una decisión consciente de cuidarme. Recuerdo leer, no sé dónde, que una flora intestinal diversa y abundante está relacionada con una mejor salud mental. ¡Y eso sí que me llamó la atención! Como si, de repente, esas bacterias diminutas fueran parte de mi felicidad.

Se trata, en definitiva, de escuchar a mi cuerpo, ¿no crees? De entender sus señales. De mimarlo, de darle lo mejor… y de perdonarle esos caprichos de vez en cuando. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no se merece un trocito de chocolate de vez en cuando? Y, bueno, a mi intestino también. 😉