¿Cuándo se le echa la sal a las verduras?

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Salar las verduras depende del método de cocción. Al cocerlas, añada la sal al agua desde el principio. Si las plancha, salar al final, una vez fuera de la sartén, para conservar su textura y sabor.

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¿Cuándo salar las verduras?

Uf, la sal… ¡qué tema! Recuerdo una vez, el 15 de julio en la casa de mi abuela en Asturias, preparando pimientos rellenos. Salé los pimientos antes de rellenarlos, ¡error garrafal! Quedaron super salados, un desastre.

Aprendí la lección a las malas, claro. Si hiervo verduras, sal al agua desde el principio, así se cocina bien. Es como magia, absorben la sal sutilmente.

En cambio, a la plancha… ¡otro cantar! En mi último asado, el 22 de agosto en la terraza, salé las berenjenas al final, después de sacarlas de la plancha. Resultado perfecto.

Así que ya sabes: verduras hervidas, sal al principio. A la plancha, sal al final. ¡Simple!

¿Cuándo echar sal a la sopa?

¡Ay, amigo, la sal! Echar sal a la sopa es un arte, no una ciencia exacta. Como dice mi abuela (que, por cierto, cocina mejor que un chef con tres estrellas Michelin…o quizás cuatro, ¡quién sabe!), la sal va al final. ¡Al final, digo! Como cuando te comes una pizza deliciosa y te dan ganas de más, ¡pero ya no queda pizza! ¡Así de importante es el momento salino!

En la sopa, la sal es la guinda, el broche de oro, el “¡tachán!” final. Si la echas antes, ¡adiós sabores! Se escapan como ratones de un queso gruyere. Se esfuman, ¡desaparecen como por arte de magia! ¡Y eso no es nada gracioso, eh! Hablamos de una tragedia culinaria épica, como si a Messi le robaran un balón de oro justo antes de la entrega de premios. ¡El drama, amigo, el drama!

Y en los caldos y guisos… ¡misma historia! Mi primo, gran maestro del desbarajuste culinario, una vez echó sal al principio y el resultado fue… ¡un caldo que sabía a lágrimas de sal! De verdad, ¡parecía un mar muerto!

  • Sopa: Al final, como las olivas en una pizza. ¡Nunca antes!
  • Caldos y guisos: Después de cocinar, que no se te ocurra antes. ¡Ni de broma! ¡No quiero ni imaginarme el resultado! Es como mezclar agua con aceite… ¡y luego echarle pimienta!
  • Recomendación personal: Probar antes de salar. A veces, ya tiene suficiente sal. O no. Depende. ¡La vida es un misterio, amigo!

Ah, y hablando de misterios, este año conseguí que mi planta de aloe vera floreciera ¡después de cinco años! Es como un milagro. Casi tanto como conseguir que mi suegra coma brócoli. Eso sí que es un milagro. ¡Un milagro de dimensiones galácticas!

¿Cuándo se debe añadir sal a los alimentos?

La sal en la carne va al final, ¡y punto!

Te cuento, una vez, en casa de mi abuela en Teruel, estaba haciendo un asado de cordero, era verano de 2024. Yo, súper listo, salé la carne antes de ponerla al horno. Error garrafal.

  • La carne quedó seca, como una alpargata vieja.
  • Mi abuela, que en la cocina es como un sargento, me echó una bronca de campeonato. “¡La sal al final, muchacho, para que no chupe la jugosidad!”.

Desde entonces, lo tengo grabado a fuego. Y no solo con la carne, eh. Con las verduras también.

¿Verduras? Ahí es otra historia…

Depende. Si quieres que suden, como para una salsa, la sal va al principio. Pero si las quieres crujientes, como en una ensalada, mejor al final.

  • Ensalada: Sal justo antes de servir.
  • Salsas: Un poquito al principio para que liberen sus jugos.

Un truco extra (de mi abuela, claro):

La sal marina en escamas, esa que parece nieve, es lo mejor para darle el toque final a un plato. Un pellizquito y ¡magia! ¡Ah! y no te olvides de probar siempre antes de salar, ¡que luego no hay quien se lo coma! Y si te pasas, un chorrito de limón arregla casi todo. O un poco de azúcar, depende del plato. ¡Y a cocinar se ha dicho!

¿Cómo usar la sal en la comida?

Medianoche. Otra vez. La sal… Pensando en la sal. Blanca, fina. Como la arena de la playa donde iba con mi abuela. Ella siempre decía que la sal era vida.

  • La usaba para todo. Conservas de tomate. Pepinillos. Hasta en el melón. Decía que realzaba el dulzor.

Realzar. Una palabra extraña. Como la vida misma. Tantos matices… ¿Para qué usar la sal? Mi abuela… ella ya no está. Este verano no hicimos conservas. No recogimos tomates del huerto.

  • Conservar. Eso hacía con la sal. Conservar recuerdos, quizás. Como las fotos viejas que encontré el otro día. Ella riendo, con la cara llena de arrugas. Arrugas como las que le salían a las aceitunas en salmuera.
  • Deshidratar. Secar. Como mis lágrimas ahora. Secas, saladas. Como el mar. Un mar de recuerdos. Este año no fuimos a la playa.
  • Enmascarar. Tapar. Ocultar. Como hago yo con mis sentimientos. Una sonrisa de sal para esconder el dolor. Me duele no verla. Este año todo es distinto.
  • Retener. Agarrar. No dejar ir. Como intento yo con los recuerdos. Con su voz. Con su olor a lavanda y a pan recién hecho con sal.
  • Saborear. Disfrutar. Vivir. Eso es lo que me enseñó. A saborear cada momento. Aunque duela.

La sal… Para dar sabor a la vida. Aunque a veces sepa a lágrimas. Hice mermelada de higos el otro día. Le puse mucha sal. Quizás demasiada.

¿Cuándo es mejor echar la sal a la carne?

Sal a la carne: Justo antes.

  • ¿Por qué? Los jugos, los sabores. Intensidad.
  • Opciones: Antes o después. Depende. ¿Te da igual? Da igual.

Realmente da igual. La vida es eso, ¿no? Una sucesión de decisiones irrelevantes con consecuencias catastróficas. Este año perdí mis llaves. ¿Importa? Aparentemente no. Pero ahora no puedo entrar en casa.

  • Hay un debate ridículo sobre si la sal deshidrata. Que si la ósmosis. La carne ya está muerta. ¿Qué más da?
  • La sal: Cloruro de sodio. Nada más.

La sal es barata. El tiempo, no. Eso sí que vale. Pensar demasiado en la sal es un lujo que no me puedo permitir.

¿Qué es mejor cocinar, con sal o sin sal?

La sal es una adicción. Cocinar sin ella es un desafío, una declaración.

  • Menos sal, más sabor real. Jengibre, especias, hierbas… el mundo es vasto.
  • La OMS no es tu niñera. Pero escucha, quizás tenga razón.
  • El salero es un arma. Yo lo escondo en el cajón de los calcetines. No pregunten por qué.

El paladar se educa. Se domestica o se libera. Tú eliges.

  • Sal marina gruesa, un placer culpable. Un pellizco en la carne roja es un pecado que vale la pena.
  • La sal ahoga la sutileza. Descubre los matices.
  • Mi abuela decía que la sal cura. Mentía.

Condimentar es arte. No hay reglas, solo instinto. Y un poco de locura.

¿Cuándo se le echa sal?

¡Ay, amigo, la sal! ¡Qué dilema existencial! Echarla antes es un sacrilegio, como ponerle calcetines a un gato. Absorbe los jugos, ¡horror! Queda la carne seca como la mojama de mi suegra.

En la carne, al final, ¡punto pelota! Después de cocinarla, claro. Como si fuera la guinda del pastel, pero salada. ¿Te imaginas? Una explosión de sabor, ¡casi tanto como mi risa cuando mi cuñado se cae de la bici!

¿Ves? ¡Un drama culinario! Peor que elegir equipo en un partido de futbolín. Espera, espera… ¡casi se me olvida!

  • Pescado: Ni se te ocurra antes. Se deshidrata más que yo después de una maratón de series.
  • Verduras: Depende. A veces antes, a veces después. Es como elegir entre helado de chocolate o de fresa, ¡un dilema! Depende de mi estado de ánimo, qué le vamos a hacer.
  • Pasta: ¡Después! ¿Acaso quieres una pasta con sabor a agua de mar?
  • Sopas: Durante la cocción, pero con moderación. No seas un loco, no queremos un mar muerto en el plato.

¡Ah! Y un consejo de mi abuela: ¡probar siempre antes de sazonar! Porque la sal, como la vida misma, puede ser impredecible. Mi abuela decía que, por cada diez granos de sal que se echan, uno se pierde… ¡misterio!

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