¿Por qué se fermentan las lentejas?

Vale, ¡vamos a darle una vuelta a esto de las lentejas fermentadas! A ver, siempre me ha intrigado la fermentación, ¿no les pasa? Es como magia culinaria, transformar algo sencillo en algo… ¡mejor!

¿Por qué me pongo a fermentar lentejas yo?

Porque, sinceramente, a veces mi estómago no me perdona según qué comidas. Y me puse a investigar sobre cómo hacer las legumbres más amables con mi tripa. Y ahí es donde entraron las lentejas fermentadas.

Dicen que fermentar las lentejas las predigiere. Suena raruno, ¿verdad? Pero es como si les diéramos una ayudita a nuestras enzimas. Lo que pasa es que al fermentarlas, rompemos algunas de esas cosillas que las hacen pesadas, facilitando que nuestro cuerpo absorba los nutrientes. Y eso, señores, se traduce en una digestión mucho más suave. Ya no tengo esa sensación de “piedra” después de un plato de lentejas.

Pero no solo eso. También se habla de que la fermentación enriquece la microbiota intestinal, esa comunidad de bichitos buenos que tenemos en el intestino. Y una microbiota feliz, es una salud digestiva feliz. ¿No es genial?

Recuerdo la primera vez que probé lentejas fermentadas. Las había hecho yo misma, siguiendo una receta de internet (que, por cierto, no salió perfecta del todo, ¡cosas que pasan!). Pero aún así, noté la diferencia. Mucho menos hinchazón, mucha menos pesadez. Desde entonces, intento tener siempre un bote de lentejas fermentadas en la nevera.

Y claro, está el tema de la asimilación de nutrientes. A ver, no soy científica, pero lo entiendo así: si la lenteja está “predigerida”, nuestro cuerpo tiene menos trabajo para extraer todo lo bueno que lleva dentro: hierro, proteínas, fibra… ¡un chute de energía!

No sé ustedes, pero yo con esto de la fermentación estoy descubriendo un mundo. Y las lentejas, bueno, ¡han pasado a ser mis nuevas mejores amigas! ¿Alguien más se anima a probar? ¡Cuéntenme sus experiencias!