¿Qué le dijo el mar al hombre que se estaba ahogando?
El susurro del abismo
Las olas, embravecidas y despiadadas, azotaban al hombre con la furia de un dios enfurecido. La espuma, blanca y agresiva, cubría su rostro, y el sabor salado del mar se mezclaba con el agrio sabor de la desesperación. Se debatía, un puñado de carne y hueso contra la fuerza incontenible de la naturaleza, mientras el cielo se oscurecía, presagiando la llegada de la noche.
Un barco, con sus velas hinchadas por el viento, se acercaba, su tripulación, con rostros compungidos, extendiendo una cuerda salvadora. Un grito silencioso, un susurro profundo, provenía de las profundidades del mar. ¿Qué le dijo el mar al hombre que se estaba ahogando?
No hay respuesta escrita, grabada en piedra o en pergaminos. El mar, en su inmensa y muda sabiduría, no habla. Su lenguaje es el del viento, de la espuma, de las corrientes furiosas. El hombre, sin embargo, no lo escuchó.
Su fe, ciega y obstinada, lo había cegado a la evidencia palpable de la salvación. Creía en un dios intervencionista, en una respuesta divina instantánea, olvidando que la divinidad, muchas veces, se manifiesta en el acto humano. La ayuda del barco, visible y tangible, era menos válida que la invisible promesa de una fuerza superior. Rechazaba la mano extendida de la humanidad, la oportunidad tangible de la vida, para aferrarse a un anhelo, a un deseo, un susurro interno tan potente que le impidió oír la realidad.
El silencio del mar, ahora, se llenaba con el crujir de la madera quebrada. El grito del hombre se convertía en un murmullo, apenas audible sobre el rugido del océano. Un susurro gélido, la respuesta muda del mar.
No fue una acusación, ni un reproche. Simplemente, la confirmación de una verdad inmutable: el mar, en su impasibilidad, solo puede ofrecer lo que cada ser humano elige aceptar, y la fe ciega, a veces, no es más que una máscara para la inacción.
La desesperación, la inminencia de la muerte, habían distorsionado su percepción. No había escuchado el susurro silencioso de la oportunidad. Y el susurro del abismo se convirtió en el canto fúnebre de una vida que se perdía por aferrarse a un espejismo, por ignorar la ayuda que, por suerte, no era una fantasía, sino un acto.
El mar, a su manera imperturbable, siguió su camino, el ciclo eterno de sus olas, llevándose consigo otro episodio más en la historia silenciosa, la historia muda de las opciones. Un hombre más, caído en los brazos del abismo, víctima de una fe que olvidó la importancia de las manos que se extienden a su alrededor.
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