¿Qué es el trabajo social con la familia?
A ver, para mí, el trabajo social con familias es mucho más que un simple proceso. Es meterte hasta el fondo en sus vidas, entender sus broncas, sus miedos, sus alegrías... ¡todo! Me duele ver cómo a veces las familias se hunden, y creo firmemente que si les echamos una mano, comprendiendo que sus problemas no nacen de la nada, sino de un entorno que a veces es cruel, podemos ayudarles a salir adelante. Es cuestión de empatía, ¡de ponerte en sus zapatos!
¿Qué es el trabajo social con familias? Ay, qué pregunta… No es algo que se pueda explicar con una definición fría, ¿sabes? Para mí… para mí es como adentrarse en un universo desconocido, lleno de estrellas y también de tormentas. Es meterte de lleno en la vida de una familia, en sus entrañas mismas. Ver sus peleas, claro, las broncas que a veces parecen no tener fin. Pero también sus risas, sus pequeños triunfos, esos momentos en que la vida les regala un respiro. Es como… escuchar sus silencios, a veces más elocuentes que mil palabras.
Recuerdo a la familia Pérez, por ejemplo. Tres niños, una madre que trabajaba sin parar y un padre… bueno, el padre estaba ausente, más que ausente, perdido en sus propios demonios. Veía en sus ojos, en la mirada apagada de la madre, el peso del mundo. Y los niños… esos niños, con esos ojos enormes, llenos de una tristeza que no se corresponde con la edad de nadie, sobre todo de un niño. ¿Cómo no involucrarse? ¿Cómo no sentir un puñal en el corazón al ver tanta fragilidad?
El trabajo social con familias… es eso, es sentir. Es involucrarse. Es comprender que esos problemas, esas crisis, no brotan de la nada. A veces, son el resultado de un cúmulo de circunstancias, de una sociedad que muchas veces no entiende, que se olvida de la gente. Que les deja solos en su lucha, ¡y son tantos! He leído estudios, sí, que dicen que el 70% de las familias con problemas tienen que ver con la pobreza, o la falta de oportunidades. Números fríos, lo sé, pero detrás de cada número hay una historia, una vida. Una familia que lucha por sobrevivir.
Es cuestión de empatía, sí, de ponerse en sus zapatos. De entender que ellos también tienen sueños, y que merecen la oportunidad de alcanzarlos. De ofrecerles herramientas, de mostrarles caminos que a lo mejor no veían. Porque a veces, solo hace falta una mano amiga, una voz que te diga: “No estás solo”. Y eso, eso es lo que hace que todo merezca la pena. Aunque a veces, claro, la tristeza te golpea, te deja sin aliento… pero la satisfacción de ver una pequeña victoria, un rayo de esperanza… ¡ah! eso no tiene precio.
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