¿Cómo aprender a estar solo y salir de la depresión?

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Superar la soledad y la depresión implica:

  • Reconocer tus sentimientos.
  • Limitar el mundo virtual.
  • Voluntariado para conectar.
  • Unirte a grupos/clubs.
  • Practicar el autocuidado.

Estas acciones fomentan la conexión y el bienestar personal, claves para salir adelante.

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¿Cómo aprender a estar solo y salir de esa maldita depresión? Ay, amigos, si supiera la respuesta mágica… Pero no la hay, ¿verdad? Lo que sí hay es un camino, tortuoso a veces, lleno de baches y curvas inesperadas, pero un camino al fin y al cabo. Un camino que empecé a recorrer hace unos años, cuando la oscuridad me envolvió como una manta pesada, sofocante.

Recuerdo ese tiempo… las horas infinitas mirando el techo, sin ganas de nada, absolutamente nada. Sentía que me ahogaba en mi propia soledad. ¿Quién iba a entender lo que sentía? Nadie parecía comprender la inmensa tristeza que me carcomía por dentro.

Y entonces, poco a poco, empecé a entender que la clave no estaba en huir de la soledad, sino en aprender a convivir con ella. En reconocer esos sentimientos, sí, como dicen los libros. Pero no solo reconocerlos, ¡sino abrazarlos! Suena cursi, lo sé, pero funcionó. Me permití sentir la tristeza, la rabia, la frustración… sin juzgarme, sin castigarme. Fue como quitarme una mochila llena de piedras.

Después vino lo del mundo virtual, esa trampa tan dulce y tan peligrosa. Pasaba horas en redes sociales, comparando mi vida (o más bien, mi falta de vida) con la de los demás. ¡Qué error! Tuve que ponerle un freno, de golpe y porrazo, casi de forma drástica. Limité el tiempo que pasaba online, y aunque al principio fue difícil, la sensación de vacío que me producía la pantalla se fue disipando.

Luego llegó el voluntariado. ¿Para qué? Pues… para conectar con algo más grande que yo misma. Ayudé en un centro de animales abandonados, y créeme, ver esos ojitos llenos de esperanza… te devuelve la fe en la vida. Me ayudó a sentirme útil, a conectar con los demás, incluso con aquellos que no podían hablar. De repente, la soledad no era tan abrumadora.

Unirme a un club de lectura, luego, fue un paso importante. Conocer gente con intereses similares, compartir opiniones… Eso sí que me ayudó a sentirme menos sola. ¡Y qué bien me vino eso!

Y por último, y quizás lo más importante, el autocuidado. Cuidar mi cuerpo, mi mente, mi alma… comer sano, dormir lo suficiente, hacer ejercicio (aunque sea un paseo de 15 minutos al día), leer un libro, meditar… pequeñas cosas, pero que hicieron una gran diferencia. Es como reconstruirte ladrillo a ladrillo. Un proceso lento, pero seguro.

Claro, no es una fórmula mágica, ¡ojalá! A veces, la depresión vuelve a asomar la cabeza, a recordarme que está ahí, esperando su momento. Pero ahora sé cómo enfrentarla. Sé que tengo herramientas, que tengo recursos. Y eso, amigos, es invaluable. No te rindas, aunque parezca imposible. Hay luz al final del túnel. Un poco de luz. Y eso ya es algo.