¿Por qué no se me antoja la comida?

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La falta de apetito en adultos mayores puede tener diversas causas. A menudo, no hay una razón física detectable. El estado emocional, incluyendo tristeza o depresión, juega un papel importante. Enfermedades como el cáncer también pueden influir. Si persiste, consulte a un médico.

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¿Falta de apetito? ¿Por qué no tengo hambre?

¡Uf, qué tema! A mí me ha pasado, y no es nada divertido. Te sientes raro, ¿no? Como si la comida, algo que normalmente disfrutas, de repente te diera igual.

Yo he pasado por épocas así, sobre todo cuando estoy muy preocupada. Recuerdo que en 2018, cuando mi abuela estuvo enferma, casi no comía. Me sentía fatal, obviamente, y la comida era lo último en lo que pensaba. Era una mezcla de tristeza y ansiedad que me cerraba el estómago, literal.

Además, según la información que consulté, ¡ojo con la depresión! No me había dado cuenta de lo fuerte que puede influir. Y lo del cáncer también da que pensar…

Pero mira, te cuento algo más personal. Hace un par de años, creo que fue en febrero, en la casa de mi hermana en Barcelona, estuve con un resfriado terrible. No tenía absolutamente nada de hambre. Mi hermana intentaba convencerme para que comiera algo, pero era imposible. Al final, solo bebía zumo de naranja y tomaba un poco de caldo. ¡Qué horror! ¡Menos mal que se me pasó rápido!

¿Por qué no se me antoja comer nada?

El vacío. Un vacío que se instala en el estómago, una extensión fría, un silencio sordo que ahoga hasta el más mínimo deseo. No se me antoja nada. Nada. La comida, antes un ritual, un consuelo, ahora es una presencia extraña, ajena a mi ser.

Recuerdo el olor a pan recién horneado que mamá preparaba los domingos. La textura del pan, aún la siento en mis dedos, un eco lejano. Ahora, solo hay ceniza. Ceniza en la boca, ceniza en el alma.

La tristeza, una bestia invisible, se aferra a mi pecho, oprimiendo. Un peso inmenso, una carga oscura que me hace olvidar el sabor de la vida, el sabor de la comida. El vacío persiste, profundo, implacable.

Quizás sea más que tristeza, quizás sea el eco de algo más profundo, algo que no puedo nombrar, que no puedo tocar. Una sombra que se alarga, que se extiende, que lo absorbe todo.

  • Apetito disminuido: una realidad frecuente. Lo he vivido.
  • Causas físicas: a veces, la ausencia de explicación es la explicación misma.
  • La aflicción: Un velo oscuro que cubre el paladar, enturbia el gusto.
  • El cáncer: Un espectro que acecha, que roba no solo el apetito, sino la vitalidad.

Encontré hoy un viejo diario de mi abuela. Ella escribió: “2024, la comida no me sabe a nada. La alegría se ha ido. Solo queda el eco”. Sus palabras resuenan con una familiaridad escalofriante. El vacío, el mismo vacío. Una herencia, una maldición…

Sufrimiento. Sí, eso es. Una angustia silenciosa, lenta, pero implacable. El pan, el pan que antes me alimentaba, ahora me recuerda a la ausencia, a la pérdida. La pérdida de… ¿Qué he perdido? Eso todavía no lo sé. Y esa incertidumbre, el no saber, amplía todavía más el vacío.

Mi médico me dijo que, en casos como este, es importante observar el estado emocional. Y que las consultas médicas regulares son cruciales para detectar posibles problemas de salud subyacentes.

¿Qué pasa si a una persona no le dan ganas de comer?

¡Ay, ay, ay! La falta de apetito… ¡un drama existencial en miniatura! Es como si tu cuerpo se declarara en huelga de hambre, un silencioso motín contra el filete y la fruta.

El problema principal: Nutrición al garete. Sin nutrientes, es como intentar construir un castillo de arena con agua de mar: se desmorona todo. Te quedas débil, flojo, un flan ambulante. Mi vecina la abuela Emilia, ¡pobrecita!, pasó por eso el verano pasado, casi se desvanece.

Bajón de peso severo: Te conviertes en una versión mini de ti mismo. Si antes eras un buen chorizo, ¡ahora eres una salchicha! No es que sea malo, pero… se pierde la gracia. Es algo que le ocurre a mi amigo Juan, pero de forma moderada. El otro día se quejaba de no poder abrocharse sus pantalones.

Deshidratación: Peligro a la vista, ¡especialmente en niños y ancianos! Piénsalo: ¡son como cactus sin agua! Se marchitan. En verano, ¡peor aún! Es una emergencia. De verdad que me preocupó mucho cuando mi perrita, Luna, pasó por una situación similar. ¡Casi me da un infarto!

  • Falta de energía: Te sientes como un gato sin leche, un león sin melena. Todo te cuesta el doble.
  • Debilitamiento del sistema inmunitario: ¡Puerta abierta para los virus y bacterias, que aprovechan para hacer la fiesta!
  • Problemas de concentración: ¡Adiós, productividad! Tu cerebro funciona a base de café frío.
  • Alteraciones del sueño: Como una canción sin ritmo, ¡un desastre!

Conclusión: Si no te entran ganas de comer, ¡corre al médico! No esperes a convertirte en un esqueleto con cara de pocos amigos. No es broma. Es cosa seria. Recuerda visitar a tu médico o especialista.

¿Qué pasa si se me quitan las ganas de comer?

¡Ay, Dios mío! Se me quitan las ganas de comer… ¿Será estrés? Me pasó algo parecido en 2023 con la mudanza, un caos total.

Pérdida de apetito: ¡peligro! No puedo seguir así. Necesito vitaminas, ¡claro! Mi amiga Ana, la nutricionista, me dijo que eso es fatal.

¿Anemia? ¡Qué horror! Recuerdo que mi abuela tenía anemia… Era un rollo, siempre cansada.

  • Falta de hierro.
  • Debilitamiento.
  • Masa muscular… ¡ufff! El gimnasio, ¡otra vez al garete!

Y la desnutrición… Ya estoy delgada, pero esto es preocupante. No quiero llegar a eso. ¡Necesito ayuda!

Masa ósea… ¿osteoporosis? ¡No, no, no! Tengo que ir al médico, ya. Mañana mismo.

Sistema inmunológico… con este frío, ¡me pillará una gripe seguro! Esto es serio. Necesito comer.

Tengo que buscar recetas ricas, sanas… Algo ligero, que me apetezca. ¿Ensalada? No, no me apetece ahora mismo… ¡Un batido de frutas! Sí, eso podría funcionar. O quizá un buen caldo de pollo…

¿Qué hago? ¡Necesito ayuda profesional! Debo anotar la cita con el médico para mañana. Además, debo buscar una lista de alimentos ricos en hierro y vitaminas. No me quiero quedar sin energía. Necesito ese extra de energía para enfrentarme al día. Estoy preocupada. A ver qué me dice el médico. Tengo que cuidarme.

¿Qué hacer si no tengo ganas de comer?

¡Ah, la evasión del tenedor! Cuando el apetito se va de vacaciones, ¡y no te ha invitado!

Si la comida te guiña un ojo, pero tú le haces un corte de mangas…, prueba esto, mi querido gourmet apático:

  • Picoteo estratégico: En vez de atracones de lechuga (que suenan a dieta penitenciaria), dale un bocado a frutas frescas, frutos secos (no salados, que luego te quejas de la sed), zanahorias mini con hummus o queso fresco. ¡Piensa en ellos como pequeños espías nutritivos! Y ojo, ¡los zumos naturales de fruta son un pelín tramposos! Mucho azúcar disfrazado de vitamina C, así que mejor la fruta entera.

  • La gimnasia del hambre: Hora y media antes de la comida, ¡mueve el esqueleto! No hace falta que te apuntes a un triatlón. Un paseo rápido, un baile ridículo en el salón, ¡lo que sea para despertar a las bestias hambrientas que llevas dentro! Yo, por ejemplo, recojo calcetines desparejados. ¡Funciona! (Bueno, a medias… Todavía tengo calcetines desparejados).

  • ¡Engaña a tu cerebro! Antes de sentarte a la mesa, repítete como un mantra: “¡Voy a tener hambre! ¡La comida es deliciosa! ¡No soy un osito hibernando!”. Igual funciona… o igual te sientes un poco idiota. Pero, oye, ¡por probar no se pierde nada! Excepto, quizás, un poco de dignidad.

Y si aún así sigues sin apetito, ¡no te flageles! A veces el cuerpo pide tregua. Pero si la cosa se alarga, ¡consulta a un profesional! Que no somos médicos, somos contadores de chistes hambrientos.

¿Un extra?

  • El ritual del plato: Un plato bonito, una presentación cuidada, ¡hasta la comida entra por los ojos! (Aunque luego el estómago diga otra cosa…).
  • ¡Adiós distracciones!: Apaga la tele, deja el móvil. ¡Concéntrate en la comida! Igual descubres que sabe a algo… (¡A comida, obviamente!).
  • No te obsesiones: Si un día no te apetece comer, no pasa nada. Pero no conviertas la inapetencia en deporte olímpico.

Recuerda, la comida es un placer, no una obligación. ¡Disfrútala (si puedes)! Y si no, ¡siempre puedes echarle la culpa al estrés!

¡Bonus track!

¿Sabías que la falta de apetito puede ser señal de otras cosas? ¡Estrés, ansiedad, aburrimiento, o incluso un virus camuflado! Así que, si la inapetencia se instala en tu vida como un okupa, ¡no dudes en visitar a tu médico de cabecera! Que ellos sí saben de estas cosas (y no solo de recetas de la abuela).

¿Qué pasa cuando la comida no se te antoja?

¡Uf! Qué asco, a veces. Este año, en junio, recuerdo una semana horrible. No me apetecía nada. Ni mi paella favorita, ni el helado de turrón que tanto me gusta. Solo pensaba en agua. Estaba hecha polvo. Me sentía fatal, cansada, una flojera tremenda. Todo me daba igual.

Esa sensación de vacío en el estómago… ¡qué horrible! Me acuerdo que incluso el olor a café, que me encanta, me producía repulsión. Sentía náuseas. La verdad, fue un bajón. Pensé que era estrés, claro, pero…

Fui al médico, obvio. Me hizo análisis, y me dijo que estaba un poco baja de hierro. ¡A tomar hierro, entonces! Que conste que no me diagnosticó cáncer, ni diabetes, ni nada grave. Pero fue bastante desagradable la experiencia. Me preocupé mucho, de verdad, hasta que supe qué pasaba.

Eso sí, el hierro me ayudó. Empecé a comer mejor, poquito a poco. Ya no me pasaba lo mismo.

  • Falta de apetito: Una semana entera.
  • Síntomas: Náuseas, cansancio extremo, aversión a los alimentos que normalmente me gustan.
  • Diagnóstico: Anemia ferropénica (falta de hierro).
  • Tratamiento: Suplementos de hierro.

Cuando la comida no te apetece, puede ser algo simple, como una bajada de hierro. Pero también puede indicar algo más serio. Es importante ir al médico.

¿Qué comer si no se me antoja nada?

¡Ay, qué fastidio cuando no se te antoja nada! A ver, te entiendo, a mí me pasa un montón.

Comida fácil y rica en calorías:

  • Queso.
  • Helado (¡nunca falla!).
  • Fruta enlatada en almíbar.
  • Fruta deshidratada, ¡especial los dátiles!
  • Frutos secos.
  • Mantequilla de maní con galletas.
  • Galletas con queso…mmm…
  • Muffins.
  • Queso cottage y leche con chocolate.

Ahora bien, depende mucho de por qué no te apetece nada. ¿Estás triste? ¿Aburrido? ¿O simplemente no tienes hambre de verdad? A mi a veces me da por no comer nada “de verdad” si estoy nerviosa por el trabajo, pero luego me encuentro picoteando cosas sin darme cuenta!

Si es por aburrimiento, intenta hacer algo que te distraiga y a lo mejor te entra hambre de verdad.

Si es por estrés, a lo mejor un té relajante en lugar de comida chatarra te ayuda más.

Yo lo que hago mucho es mirar recetas en Youtube, ¡aunque no cocine! Me abre el apetito.

¿Por qué pierdo las ganas de comer?

¡Ay, amigo! ¿El estómago te hace huelga? Sucede. Es como si tu cuerpo dijera: “Necesito vacaciones, ¡estoy harto de procesar tanta quinoa!”

Posibles razones para la falta de apetito:

  • Infecciones: Esas bacterias traviesas son como unos enanitos mineros que se han instalado en tu sistema digestivo, causando un caos que te quita las ganas hasta de oler un suculento bocadillo de jamón ibérico (mi favorito). Recuerdo una vez que la gastroenteritis me dejó tres días sin mirar una tortilla. ¡Ni una!

  • Problemas digestivos: Piensa en tu estómago como un Ferrari de alta gama. Si le echas gasolina de mala calidad (comida basura, por ejemplo), ¡claro que se quejará! Se rebela; odia la mala comida igual que yo odio los lunes.

  • Enfermedades serias: Sí, lamentablemente, la falta de apetito también puede ser una señal de algo más serio. En casos de enfermedades prolongadas, el cuerpo prioriza su energía para combatir la enfermedad, dejando de lado las señales del estómago. Como cuando estás montando un mueble IKEA y dejas de lado tu pizza. La prioridad es diferente.

¿Algo más? Pues, a veces, el estrés nos roba el apetito. Es como si nuestra mente dijera: “¡No hay tiempo para comer, hay que terminar este informe de la auditoria!” (Experiencia propia, créeme). ¡Y a mí me pasó!

Si la falta de apetito se prolonga, consulta a un médico. No te automediques, eso es como intentar arreglar tu coche con un martillo. Solo un profesional puede diagnosticar correctamente.

Nota: Este año he tenido un problema similar. Después de una semana de trabajar en mi novela sobre un cangrejo ermitaño que se enamora de una medusa, la falta de apetito y el estrés me dejaron bastante débil. Consulté a mi doctora, Isabel, y todo se solucionó con un plan de alimentación adecuado y algo de descanso. ¡Ahora como hasta para dos!

¿Cómo se llama cuando no tengo ganas de comer?

¡Ay, Dios mío! ¿Cómo se llama esto? No tengo ganas de comer… ni siquiera pienso en comida. ¿Será anorexia? En el trabajo estoy hecho polvo, todo el día frente al ordenador… necesito vacaciones, ¡ya!

Anorexia, creo que eso es. Pero… ¿es solo eso? He leído algo sobre caquexia, pero eso es con cáncer, ¿no? ¡Qué rollo! Ya me estoy rayando. Tengo que ir al médico, ya, aunque me da una pereza… ¡uff!

  • Falta de apetito.
  • Cansancio extremo.
  • Me siento débil, como un flan.
  • Peso, sí, he perdido peso… ¿cuánto? Ni idea.

¡Maldita sea! Este año se me junta todo. El trabajo, la falta de ganas, el sueño… ¿qué hago? ¿Será estrés? ¿O algo más serio? Tengo que investigar más… pero ahora solo quiero dormir. ¿Será el insomnio? No, no… es la falta de ganas de comer, me preocupa.

Caquexia solo con cáncer, eso lo leí. Pero esta falta de apetito… me agobia. Tengo que apuntarme a un gimnasio. Sí, sí, ¡es la solución! O eso espero. Mejor dicho, es lo único que se me ocurre ahora mismo. ¡Necesito ideas!

Pérdida de apetito: ¡Es eso! Simple y llanamente. ¡Uf! Necesito una hamburguesa… ¡no! Mejor un plátano. ¿O no? Ya no sé ni qué quiero. Necesito un plan.

  • Cita con el doctor.
  • Dieta equilibrada.
  • Descanso.
  • ¡Y un psicólogo!

¡Necesito un cambio en mi vida! 30 años, y me siento hecho polvo. Necesito ayuda. Tengo que dejar de pensar tanto… y comer algo. Ahora mismo. ¡Un sándwich! ¡Ya!

¿Qué pasa cuando tu cuerpo no quiere recibir comida?

Hipoglucemia. Simple. Caída de glucosa. Malestar.

  • Mareos.
  • Temblores.
  • Debilidad.
  • Desmayo inminente.

Sucede. A todos. Especialmente a mí, tras largas sesiones de trabajo. Dos cafés y una galleta, eso arregla el problema. Luego, vuelve. La necesidad. El vacío.

Descompensación metabólica. El cuerpo reclama combustible. No hay negociación.

  • Falta de energía: Imposible concentrarse. Productividad cero. 2024 ha sido un desastre para mis proyectos.
  • Irritabilidad extrema. Peligroso. Mejor evitar el contacto humano.

Es un ciclo. Un tormento. Consecuencias negativas a largo plazo. Obsesión por la comida. Un problema serio. Se necesita disciplina férrea. No siempre la tengo.

Control glucémico esencial. Planificar. Organización. Prioridad. Si no, el cuerpo te recuerda su soberanía. A la fuerza. Dolorosamente.

Es algo que, curiosamente, me ha ocurrido varias veces este mismo mes de octubre.

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