¿Qué es el estado estacionario en una persona?

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Estado estacionario en una persona implica una condición de estabilidad y constancia. Se refiere a la ausencia de cambios significativos en su estado físico, mental o social a lo largo del tiempo. No implica progreso ni retroceso, manteniendo una situación relativamente inalterada.

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¿Estado estacionario? Ay, qué palabra tan fría, ¿no? Cuando la leo, me viene a la cabeza una imagen, como una fotografía en blanco y negro, un poco borrosa… una vida… quieta. ¿Pero qué significa eso, realmente, para una persona de carne y hueso?

Para mí, el estado estacionario, al menos como lo entiendo, no es algo tan… estático, como la definición lo sugiere. Porque, ¿quién puede estar realmente quieto? Hasta las piedras se erosionan con el tiempo, ¿verdad?

Recuerdo a mi abuela, por ejemplo. Durante años, parecía estar en un estado estacionario. Vivía en la misma casa, hacía las mismas cosas, veía a las mismas personas… Una vida tranquila, sí, pero también una vida llena de pequeños momentos, de risas con sus amigas en el parque, de esa mirada dulce que me regalaba cada mañana. ¿Era un estado estacionario? Quizás sí, en cuanto a grandes cambios… pero en realidad estaba llena de vida, ¿sabes? Llena de pequeños matices que la hacían única, inigualable.

Entonces, ¿qué es para mí el estado estacionario? No es la ausencia de cambios, sino… ¿la aceptación de un ritmo? Un ritmo quizás lento, quizás monótono a los ojos de alguien externo, pero que en el fondo es un proceso, un fluir… un río que, aunque parezca que no lo hace, siempre está moviéndose. Es como… mantenerse a flote, ¿no? No avanzar a pasos agigantados, pero tampoco hundirse. Un equilibrio, frágil a veces, pero un equilibrio al fin y al cabo.

He leído estudios –creo que era algo sobre el bienestar, no recuerdo el dato exacto, ¡qué cabeza la mía!- que dicen que un cierto nivel de estabilidad es esencial para la felicidad. Y bueno, creo que tiene sentido. No se trata de estancarse, ¡claro que no!, pero… a veces, un poco de calma en la tormenta es lo que necesitamos. Un momento para respirar, para simplemente… ser. Y quizás, en ese “ser”, en esa quietud aparente, está la verdadera vida.