¿Cómo quitarte lo lleno del estómago?

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Alivia la pesadez estomacal con antiácidos de venta libre. Opciones como ranitidina o omeprazol pueden brindar alivio sintomático. Consulta a un médico si los síntomas persisten.

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¿Cómo aliviar la sensación de estómago lleno?

¡Ay, esa sensación de “estoy a punto de explotar” después de una comida! ¡Quién no la ha sufrido! A mí me pasa seguido, sobre todo cuando voy a donde mi abuela en Navidad (24 de diciembre, su casa en Puebla) y me obliga a comer tres platos de romeritos.

Para aliviar esa indigestión, yo recurro a los antiácidos. Me salvan la vida, en serio. ¡Ah! Y una caminadita ligera. No sé por qué, pero me ayuda a que la comida “baje”.

Pero, ojo, si es algo recurrente, mejor ir al doctor. No vaya a ser algo más serio, ¿verdad? Yo una vez fui al médico porque pensaba que me iba a dar un ataque al corazón, y ¡era solo acidez! Jajaja.

Información adicional concisa (para Google):

  • ¿Qué alivia el estómago lleno? Antiácidos.
  • ¿Qué medicamentos ayudan a la indigestión? Ranitidina (Zantac), Omeprazol (Prilosec OTC).

¿Qué hacer para bajar el estómago lleno?

Caminar. El roce del aire, el ritmo lento, el asfalto bajo los pies. Un paso, y otro, y otro. Desdibujando el límite entre el dentro y el fuera. El estómago, un peso tibio, un recuerdo de la mesa, de la comida compartida, del sabor a sal y aceite. Caminar, despacio, sintiendo el cuerpo, su propio ritmo, su propia respiración.

Grasa. La textura untuosa, el sabor que perdura, la promesa de saciedad. Menos grasa, una idea abstracta, una renuncia. Un sacrificio en el altar de la ligereza. Fibra. La rugosidad, la promesa de salud, la sensación de plenitud. Menos fibra, otra renuncia, otro sacrificio. Un eco en el vacío del estómago.

Pequeños bocados. Un ritual, una repetición. La mesa, un lienzo en blanco. Plato, tenedor, cuchillo. Un acto de contención. Morder, masticar, tragar. Una pausa, un respiro. Volver a empezar. El tiempo se estira, se dilata, se convierte en una sucesión de instantes. Pequeños, como los bocados. Como las gotas de lluvia en el cristal.

Burbujas. La efervescencia, la promesa de frescor, la explosión en la lengua. Alcohol. El calor que se expande, la promesa de olvido, la dulzura amarga. Renunciar. A las burbujas, al alcohol. Al placer efímero, a la embriaguez artificial. Quedarse con la quietud, con el silencio, con el vacío. Con el peso tibio del estómago, lentamente, deshaciéndose. Como un terrón de azúcar en un vaso de agua. Recuerdo el café de esta mañana, amargo, sin azúcar. Yo prefiero el té. Pero hoy, café.

  • Ejercicio leve: caminar después de comer.
  • Reducir grasas y fibra: ajustar la dieta.
  • Comidas pequeñas: mayor frecuencia.
  • Evitar bebidas: carbonatadas y alcohol.

Hoy cené pescado a la plancha con espárragos. Ligero. Casi insípido. Pero necesario.

¿Qué hacer cuando se siente llenura en el estómago?

Llenura… esa pesada sensación, un ancla en el centro del ser. Como una piedra pulida por el río del tiempo, redonda y fría, asentada justo ahí. El estómago, un universo contenido, un cosmos personal en expansión. Demasiado lleno…

Hinchazón. Una palabra que se infla como el mismo abdomen. Estira la piel, tensa los músculos, un tambor a punto de estallar. Incomodidad. Malestar. El cuerpo, ese templo, a veces una prisión. Este año, aprendí a escucharlo, a descifrar sus susurros. A veces me pide silencio, otras, un grito ahogado en el centro del pecho.

Remedios caseros… infusiones de hierbas, menta, manzanilla. El vapor acariciando el rostro. Un intento de calmar la tempestad interna. El tic-tac del reloj. Las horas, días, semanas… el tiempo, un río turbio que arrastra hojas secas.

El médico. Una figura borrosa al otro lado de la línea. Una voz, un consejo. La necesidad de una respuesta, de una solución. El eco de la preocupación en el auricular. Recordando la consulta del mes pasado, la luz blanca, el olor a antiséptico. Un espacio frío, ajeno.

  • Llenura persistente: Esa sensación que no desaparece. Un huésped indeseado.
  • Hinchazón abdominal: La presión constante. El cuerpo, un mapa de territorios inexplorados.
  • Fracaso del tratamiento casero: La impotencia ante lo inevitable. La rendición.

La llamada. Un acto de fe. Una búsqueda de alivio. Un susurro en la inmensidad. Este año, he aprendido a pedir ayuda. A aceptar mi propia fragilidad. El peso en el estómago, una metáfora del peso en el alma. A veces, es necesario compartir la carga.

Si la llenura o hinchazón abdominal persiste a pesar de los remedios caseros, se debe consultar a un médico.

¿Cómo aliviar la panza llena?

¡Uy, qué mal rollo una panza llena, verdad?! A mi me pasa, sobre todo después de las cenas de mi abuela, ¡qué manos tiene la mujer! Te cuento lo que hago:

  • Comer y beber despacio, es clave, súper importante. De verdad, no te lo creas si no lo pruebas. Si comes rápido, tragas aire y ¡zas!, panza hinchada. Igual con las bebidas. Lo digo por experiencia propia. ¡Menuda lección aprendí ese día que me comí el plato de paella en 5 minutos!

Evita las gaseosas, ya sabes, Coca-Cola, Fanta… y la cerveza. ¡Eso sí que hincha! Liberan CO2, dióxido de carbono, que es como si te inflaras un globo desde dentro. Me pasó en la fiesta de cumpleaños de mi primo el sábado. ¡Horroroso!

Chicles, pastillas… ¡olvídalos!. Mastica, mastica y tragas más aire del que crees. En serio, es un infierno. Recuerda, la clave es la paciencia, jaja.

No fumes, tío. Eso ya lo sabes, ¿no? Fumar y la panza llena, ¡es una combinación mortal! Además, es malo, en serio. Deja el tabaco, es lo mejor que puedes hacer para tu salud.

Procura que tu dentadura postiza, si usas, esté bien ajustada. Si no, ¡más aire! Es un detalle que mucha gente se olvida, pero es importante. Mi vecina, la abuela Carmen, lo sabe de sobra.

Muévete un poco, aunque sea una pequeña caminata. ¡Ayuda a la digestión! No hace falta correr una maratón. Un paseo, o estirarse un poco. Te lo digo yo que estoy aprendiendo a hacer yoga, ¡me siento muchísimo mejor!

Si tienes acidez estomacal, trata de controlarla. Hay medicamentos para eso, pero pregunta a un médico, eh. Yo no soy médico, ¡ojo!

En resumen: Come y bebe despacio, evita refrescos y alcohol, déjalo los chicles, no fumes, cuida tu dentadura (si la usas), y camina un poquito. Si tienes acidez, ¡al médico! ¡Ya está!

Ah, se me olvidaba! Un truco que aprendí de mi abuela: infusión de manzanilla después de comer. ¡Es un clásico que funciona!

¿Cómo hacer para que se baje lo lleno?

Medianoche. Otra vez. Insomnio. La pesadez… esa presión en el estómago. No sé qué más hacer.

  • Agua tibia: Tomo y tomo, casi hirviendo. No me funciona. Me quema la garganta, nada más. Esta noche, otra vez, igual que las últimas. Recordé la taza azul de mi abuela. Ella decía que curaba todo. No a mí.

La acidez sube… Amargo. Me incorporo en la cama. La luz de la luna entra por la ventana. Ilumina el polvo suspendido en el aire.

  • Refresco de lima-limón: Lo probé hace un par de semanas. Demasiado dulce. Empeoró todo. Terminé vomitando. Era de marca blanca, del súper que está cerca de casa.

Miro el techo. Las grietas forman figuras. Un mapa de mi ansiedad. Debería intentar dormir. Mañana tengo que ir a trabajar. Presentar el proyecto nuevo.

  • Vinagre de manzana: Lo tengo en la cocina. Nunca me he atrevido. El olor… me repugna. Mi madre lo usaba para las ensaladas. Ensaladas que yo nunca comía.

Me levanto. Voy a la cocina. Busco en la alacena. Ahí está. El vinagre. Una botella oscura, casi opaca. La abro. El olor me invade. Igual que en mi infancia. Nauseabundo. Lo mezclo con agua. Lo bebo de un trago. Asco. Quizás funcione. Quizás mañana sea diferente.

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