¿Qué le dijo un mosquito a un grupo de niños?
¿Qué dijo un mosquito a un grupo de niños? No batan palmas que aún no es mi fiesta.
El Mosquito con Sentido del Humor: Un Encuentro Inesperado
La tarde languidecía en un tono dorado. El sol, antes un rey inclemente, ahora se mostraba benevolente, pintando largas sombras sobre el parque. Un grupo de niños, bulliciosos y llenos de energía, jugaban al escondite entre los árboles centenarios. Risas agudas resonaban en el aire, interrumpidas solo por el canto ocasional de un pájaro.
De repente, un zumbido fino y persistente rompió la armonía. Era un mosquito, uno de esos pequeños vampiros alados que parecen disfrutar atormentando las tardes de verano. Pero este mosquito era diferente. No se limitó a revolotear alrededor de sus cabezas buscando una presa jugosa. No. Este mosquito tenía algo que decir.
Aterrizando con la delicadeza de una bailarina en la rama de un árbol cercano, el mosquito carraspeó. La atención de los niños, antes dispersa en el juego, se enfocó en el diminuto intruso. Él, sintiéndose observado, aprovechó la oportunidad.
“¡Eh, pequeños!”, exclamó con una voz sorprendentemente grave para su tamaño. Los niños, atónitos, guardaron silencio. La imagen del mosquito hablando era tan inesperada que los había dejado sin habla.
El mosquito, satisfecho con su efecto, continuó: “¡Veo que estáis muy animados! Pero… no batan palmas que aún no es mi fiesta.”
Un silencio sepulcral invadió el parque por un instante. Luego, la risa estalló como una bomba de alegría. Los niños, liberados de su asombro inicial, se retorcían de la risa. La incongruencia de la situación, la seriedad con la que el mosquito había pronunciado su ingeniosa frase, era simplemente demasiado divertida.
El mosquito, complacido con su éxito cómico, se elevó en el aire y desapareció entre las hojas. Los niños, aún riendo, volvieron a su juego. Pero algo había cambiado. La tarde, ya de por sí mágica, se había transformado en algo aún más especial. Habían sido testigos de un encuentro improbable, de una broma inesperada, de un mosquito con un sentido del humor… peculiar.
La anécdota del mosquito se convirtió en una leyenda local, contada y recontada una y otra vez. Y cada vez que alguien escuchaba un zumbido en el parque, inevitablemente, recordaba la frase del pequeño comediante alado: “¡No batan palmas que aún no es mi fiesta!”. La risa, una vez más, inundaba el aire.
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