¿Quién tiene más posibilidades de sufrir un infarto?

Más allá de la edad y el género: Descifrando el riesgo individual de infarto

El infarto de miocardio, comúnmente conocido como ataque al corazón, es una emergencia médica grave que afecta a millones de personas cada año. Si bien la edad y el género son factores de riesgo ampliamente conocidos, la realidad es mucho más compleja. Asegurar que “los hombres tienen más probabilidades de sufrir un infarto que las mujeres” es una verdad a medias que oculta una realidad matizada y preocupante. Comprender los factores que incrementan el riesgo, más allá de los obvios, es crucial para la prevención y la promoción de una vida saludable.

Es cierto que el riesgo de infarto aumenta con la edad. A partir de los 45 años en hombres y 55 años en mujeres, la probabilidad se incrementa significativamente debido al progresivo desarrollo de la enfermedad coronaria aterosclerótica, un proceso que obstruye las arterias que irrigan el corazón. Sin embargo, la incidencia dos o tres veces mayor en hombres que en mujeres se explica, en parte, por una combinación de factores biológicos y socioculturales. Las mujeres, por ejemplo, tienden a presentar síntomas atípicos, lo que dificulta su diagnóstico precoz y el acceso a un tratamiento oportuno. Esto, junto con la atención médica históricamente menos centrada en la salud cardiovascular femenina, contribuye a la estadística.

Más allá de la edad y el género, una serie de factores de estilo de vida y condiciones médicas preexistentes juegan un papel fundamental en la probabilidad de sufrir un infarto. Estos incluyen, pero no se limitan a:

• Tabaquismo: El consumo de tabaco daña las paredes arteriales, acelerando la aterosclerosis y aumentando la coagulación sanguínea.
• Hipertensión arterial: La presión arterial elevada somete al corazón a un esfuerzo excesivo, debilitándolo a largo plazo.
• Diabetes: El alto nivel de glucosa en sangre daña los vasos sanguíneos y aumenta el riesgo de enfermedad coronaria.
• Dislipidemia: Niveles elevados de colesterol LDL (“colesterol malo”) y triglicéridos contribuyen a la formación de placas de ateroma en las arterias.
• Obesidad: El exceso de peso corporal incrementa la carga sobre el corazón y favorece la aparición de otros factores de riesgo, como la diabetes y la hipertensión.
• Sedentarismo: La falta de actividad física aumenta el riesgo de obesidad, hipertensión y dislipidemia.
• Estrés: El estrés crónico puede afectar negativamente la salud cardiovascular.
• Antecedentes familiares: La historia familiar de enfermedad coronaria temprana aumenta significativamente el riesgo personal.

En conclusión, mientras que la edad y el género son factores relevantes, presentar un riesgo elevado de infarto no se reduce a una simple ecuación. Es la interacción compleja de estos factores, la gestión adecuada de las condiciones preexistentes y la adopción de un estilo de vida saludable lo que realmente determina la probabilidad individual. La clave reside en la prevención a través de un diagnóstico precoz, hábitos de vida saludables y la atención médica regular para identificar y controlar los factores de riesgo específicos de cada persona. Un enfoque individualizado es fundamental para reducir la carga de esta enfermedad devastadora.