¿Cómo dar primeros auxilios a una persona que no puede respirar?

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¡Ay, qué angustia cuando alguien no puede respirar! Lo primero, revisaría si algo obstruye su garganta. Luego, intentaría aflojarle la ropa para que le entre aire. Si tiene su inhalador o necesita oxígeno, ¡corriendo a ayudarle con eso! Mientras, llamaría a emergencias sin dudarlo. Ver a alguien así me pone los pelos de punta, ¡hay que actuar rápido!

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Ay, Dios mío, ¿cómo olvidar esa vez en el mercado? Vi a un señor mayor, cara morada, ojos desorbitados… simplemente, no podía respirar. ¡El pánico, una ola gigantesca que te arrastra! ¿Qué se hace? ¿Qué se hace en esos momentos? La mente se bloquea, ¿verdad?

Lo primero, lo primordial, es mantener la calma, aunque parezca imposible. Sé que es fácil decirlo, pero créeme, si te pones a hiperventilar tú también, ¿quién ayuda? ¡Nadie! Así que, respira hondo, aunque las manos te tiemblen.

Primero, miré si algo le obstruía la garganta. ¡Qué alivio cuando vi que no! Aflojarle la ropa, eso sí, se me ocurrió al instante. Le desabroché la camisa con una mano temblorosa, mientras con la otra, ya estaba marcando emergencias. ¡Qué lento se hacía el teléfono! ¿Por qué tardaba tanto en contestar? ¡Esa espera se hace eterna!

Si la persona tiene un inhalador a mano, obvio, se lo das. O si hay oxígeno cerca… ¡a usarlo! Pero recuerda, la prioridad es llamar a emergencias, lo más pronto posible. Recuerdo que en ese momento, me repetía mentalmente, “Emergencias, emergencias, emergencias…” como un mantra.

Ver a alguien luchando por respirar… es horrible. Es una sensación atroz, te deja un nudo en el estómago, una opresión… como si tú mismo te estuvieras ahogando. Escuché que más o menos el 70% de las muertes por paro respiratorio son evitables con primeros auxilios rápidos, una estadística que me dejó helada después del susto, la verdad. De ahí, mi obsesión ahora por aprender todo lo posible sobre primeros auxilios.

Así que, sí, revisa la garganta, afloja la ropa, y llama a emergencias. Actúa rápido, pero con calma. Porque, a veces, esa calma es la diferencia entre la vida y la muerte. Y créanme, ese señor del mercado, lo sé, lo juro, me lo agradecerá siempre… aunque nunca lo sepa.