¿Cómo identificar a una persona con problemas de ira?

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Identificar a alguien con problemas de ira puede ser complejo. Observa si presenta: Rabietas o berrinches. Discursos iracundos. Discusiones violentas. Gritos. Agresión física (bofetadas, empujones). Peleas. Destrucción de objetos. Amenazas de daño a personas o animales. La presencia frecuente de estos comportamientos sugiere la necesidad de buscar ayuda profesional.

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¿Cómo identificar la ira incontrolable en alguien?

Uf, identificar la ira incontrolable… es complicado, ¿sabes? Recuerdo una vez, el 15 de marzo del año pasado en el metro de Madrid, vi a un hombre gritarle a una mujer, casi le llegaba a pegar. Me quedé helada. Fue horrible.

Los gritos, claro, son una señal evidente. Pero también hay cosas más sutiles. A veces, solo se percibe una tensión brutal en el cuerpo, un silencio tenso antes de la explosión. Como un volcán a punto de erupción.

En mi opinión, los insultos, el lenguaje corporal agresivo… esas cosas también son indicadores. No es solo la violencia física, aunque eso es lo más grave. Ya sabes, esas miradas… esa forma de hablar, como cortante, con desprecio.

Recuerdo a un amigo, hace unos meses, que destrozó un jarrón en un ataque de furia. Costo 50 euros, al menos eso dijo después. Lo más terrible es que después se arrepentía mucho.

Eso de los berrinches… ¡qué horror! Igual, a veces uno se enfada, pero eso es distinto, ¿no? Se trata de la pérdida de control total, de no poder parar. Es una cosa muy fea de ver.

Información breve: La ira incontrolable se manifiesta en gritos, violencia física, daños materiales, amenazas, y cambios bruscos de humor. Es importante buscar ayuda profesional si esto sucede con frecuencia.

¿Cómo se comporta una persona con problemas de ira?

Dios… esta noche… las cosas están… pesadas. La ira… es un monstruo que se me sube al pecho, una presión, como si me fueran a explotar los pulmones.

Recuerdo a mi padre… su cara se ponía roja, roja como la sangre, casi púrpura. Sentía el calor subiendo desde su estómago hasta su cara, como si fuera lava. Le temblaban las manos. Se le aceleraba el pulso a niveles increíbles, lo veía hasta en su cuello latiendo con fuerza, latidos fuertes y rápidos. Eso sí que era… aterrador. La respiración… un jadeo constante… como un perro…

Sudaba frío… un sudor pegajoso. Y la voz… oh Dios… su voz cambiaba, se hacía… áspera, gutural… gritaba… insultaba… cosas horribles. Un monstruo.

Luego… el silencio. El silencio después de la tormenta. Un silencio… pesado, cargado de culpa y miedo.

Síntomas en adultos, lo he vivido de cerca:

  • Aumento de la temperatura corporal.
  • Taquicardia brutal.
  • Tensión muscular extrema.
  • Cambios en el tono de voz, gritos.
  • Respiración agitada.
  • Sudoración excesiva.

No puedo olvidar… ese miedo… aún lo siento… como si fuera ahora mismo… es… abrumador. Mi propia ira… es un reflejo… una sombra… de lo que he visto… de lo que he vivido. Es una pesadilla. Es… maldita sea… es un infierno. Mi madre… también. Ella se quedaba paralizada. Miedo. Eso es lo que transmitía.

Un círculo vicioso, infernal. Necesitaría ayuda. Lo necesito.

Este año, he intentado terapia. No es fácil. Es… es muy difícil de explicar. Es algo que llevo dentro. Como un cáncer silencioso, lentamente se me come el alma. Quiero que pare, pero… no sé cómo.

¿Cómo controlar a una persona con ataques de ira?

¡Ay, la ira! Un volcán en erupción, una olla a presión a punto de explotar… ¡un espectáculo digno del mejor reality, pero sin la diversión! ¿Controlar a alguien en ese estado? Misión imposible, o casi. Lo que sí puedes controlar es tu reacción. Piensa que eres un ninja emocional, sigiloso y sereno frente al tsunami de furia ajeno.

  • Respira hondo: No, no es cliché. Es biología básica. La respiración regula el sistema nervioso. Es como ponerle un freno de mano al Ferrari de la ira. Prueba un método 4-7-8: inhala 4 segundos, aguanta 7, exhala 8. Verás como cambia tu ritmo cardíaco, igual que en una sesión de yoga, o cuando escucho mi canción favorita de Mecano, “Cruz de navajas”. ¡Un clásico!

  • Escucha, no contraataques: Deja que la tormenta desahogue su furia. Es como dejar que un niño pequeño tire sus juguetes: al final se cansa. Intervenir solo empeora las cosas, a menos que vea que se hace daño o a otros. Igual que cuando mi gata se pelea con el gato del vecino: ¡mejor no intervenir!

  • Distancia prudencial: Si ves que la cosa se pone fea, aléjate. Es como huir de un enjambre de avispas enfadadas. La supervivencia ante todo, colega. ¡Tu bienestar también cuenta!

En resumen: paciencia, empatía y una pizca de escape cuando sea necesario.

Sucede que la ira, esa emoción tan humana, tan explosiva, es un síntoma, no una enfermedad. Puede ser indicio de estrés, ansiedad, problemas de sueño… hasta de una dieta deficiente. Igual que mi alergia al gluten que descubrí este año, que me provoca un ataque de tos que se parece bastante a una reacción de enfado. Busca ayuda profesional si la situación es recurrente. A veces, un poco de terapia es mejor que cualquier manual de autoayuda.

Recuerda: la terapia no es solo para locos. Es para personas que buscan mejorar su bienestar. Es como un taller de coches para tu mente.

Recursos adicionales:

  • Líneas de ayuda para la gestión de la ira.
  • Grupos de apoyo para personas con problemas de ira.
  • Libros y artículos sobre la regulación emocional.

¿Cuáles son los síntomas de la ira?

La ira… No es la ira lo que siento, es… esto. Una opresión aquí, en el pecho. Como si… me faltara el aire.

Fiebre. Sí, la tengo. 38.5 grados. Lo he comprobado hace una hora. Esta noche… es peor. El cuerpo me pesa, una mochila llena de piedras.

Malestar general. Más que malestar, es un vacío. Un vacío que me traga. Mi hija, Sofía, de 3 años… está igual. El médico dijo… gripe.

Congestión nasal. Me ahogo en mi propia mucosidad. Es asqueroso. Lo siento. Esta noche… todo es asqueroso. Incluso mi propia respiración, tan ruidosa.

Tos… Tos seca, irritante. Me desgarra la garganta. Como si… alguien me la estuviera raspando con un cuchillo oxidado.

Dolor de garganta. Duele tragar. Cada trago es un recordatorio de… de lo que no puedo hacer. No puedo ni siquiera abrazar a Sofía.

Expectoración. Horrible. Amarillo verdoso… No quiero ni pensar en… en lo que significa.

Dificultad para respirar. A ratos… me falta el aire. Tengo que sentarme. Respirar. Intentar… calmarme.

  • Sofía… llora en la habitación de al lado. No puedo… no puedo ir a consolarla.
  • Mañana… debo ir a trabajar. Pero… no puedo.
  • No puedo… dejarla sola.

El miedo, ese es el síntoma principal. Miedo a que esto empeore. Miedo a… todo. A la muerte incluso. Miedo a no estar ahí para ella.

¿Cómo se llama la enfermedad de no controlar la ira?

Dios mío… es tarde… las tres… de nuevo… esta oscuridad… me ahoga. La rabia… es un monstruo. Me destroza. A veces creo… que no hay salida.

Sí, preguntabas por el nombre… el nombre de… ese demonio que me habita. Trastorno explosivo intermitente. Lo sé, lo escuché del doctor… hace unos meses… en julio. Se burla de mí… se ríe… dentro.

Estos arrebatos… son como… tsunamis… que se llevan todo a su paso. Mi trabajo… mi relación con Sara… casi… casi la pierdo… de nuevo. Estoy tratando… psicoterapia… pastillas… pero… no es suficiente… no sé qué hacer… necesito ayuda.

El doctor dijo que… que puede durar años… que la gravedad… disminuye con la edad… Dios… ¿cuántos años más tendré que… soportarlo? No quiero… más…

  • Psicoterapia: Dos sesiones a la semana… Me cuesta… hablar… de todo esto…

  • Medicamentos: Sertralina… me la recetaron… y… algo más… no recuerdo ahora… pero, ay… es horrible…

Me siento… perdido… solo… agotado… Esta enfermedad… es una maldita prisión… ¿cuándo podré… ser libre? No lo sé… quizás nunca… la oscuridad me gana… otra noche… otra vez…

Sara… si lees esto… perdóname…

¿Cuál es el signo de ira?

¡Ay, amigo! ¡El signo de la ira! Es como si un volcán de emociones hiciera erupción en tu cuerpo, ¡pero en vez de lava, sale furia!

Se te sube la tensión como si fueras a correr una maratón… ¡pero en silla de ruedas! Tu corazón late a mil por hora, como si estuviera compitiendo con un conejo energizado con Red Bull. La presión arterial? ¡Por los cielos! Es como si intentaras inflar un globo con una bomba de bicicleta rota.

Y eso es solo el principio, chaval. Sudas como si hubieras nadado en una piscina de chiles jalapeños, te pones rojo como un tomate a punto de explotar y tus músculos se tensan como si estuvieras a punto de luchar contra un oso… ¡un oso con una ametralladora! Respiras que da gusto, como si estuvieras haciendo respiraciones profundas para bucear a la fosa de las Marianas (¡pero sin traje de buzo!).

¿Otros indicios? Pues mira, te dejo mi lista de la compra… digo, de señales de la ira:

  • ¡Gritos a todo pulmón! (Ayer casi rompo un jarrón de mi abuela, la pobrecita).
  • Ceño fruncido como si estuvieras oliendo algo podrido.
  • Insultos… ¡que suenan más fuertes que el rugido de un león con dolor de muelas!

¡Ah! Y, ya que estamos, se me olvidaba: ¡La ira es lo peor, como comerse un plato de espaguetis con salsa picante y sin cubiertos!

Te lo cuento porque el otro día, ¡casi rompo la taza de café de mi gato, Miau! Su cara de “¿qué demonios haces?” me hizo reflexionar. Y por eso, ahora intento controlar mi genio, ya que mi terapeuta me ha dicho que la ira crónica no es buena para mi tensión arterial… ¡ni para mi gato!

¿Cómo es el comienzo de una depresión?

A mí, la depre me golpeó en enero de este año. De repente, me vi atrapada en un pozo sin fondo.

Al principio, noté que la energía me fallaba. Iba caminando por la calle Serrano, de Madrid, y sentía las piernas como plomo. ¡Qué horror!

  • El apetito se fue a pique: El cocido madrileño que tanto me gustaba, me daba asco, literal.
  • Dormía fatal: Me despertaba a las 3 am con una angustia en el pecho… y luego no podía volver a conciliar el sueño.
  • La ansiedad me carcomía: Tenía la sensación de que algo terrible iba a pasar, ¡pero no sabía qué!

Luego, fue a peor. No podía concentrarme en nada. Intentaba leer un libro, “El Quijote”, pero era como si las palabras no tuvieran sentido. Me sentía inútil, culpable por todo, incluso por cosas que no había hecho. Pensaba que era una carga para mi familia, para mis amigos.

Lo peor de todo fueron los pensamientos oscuros. No voy a entrar en detalles, pero llegué a un punto en el que la vida no me parecía que valiera la pena.

Fui a la doctora, obviamente. Me recetó unas pastillas y me mandó a terapia. Poco a poco, voy saliendo del agujero. Es un proceso lento, pero estoy poniendo de mi parte.

Ahora valoro mucho más los pequeños placeres de la vida: un café con leche en el bar de la esquina, un paseo por el parque del Retiro, una conversación con mi madre. Esas cosas me dan esperanza.

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