¿Qué pasa cuando respiras agua por la nariz?

1 ver

¡Ay, la horrible sensación de que te entre agua por la nariz! Personalmente, lo detesto. Más allá del ardor momentáneo, siento como si el agua subiera directamente al cerebro, ¡qué angustia! Aunque sé que no es peligroso, me provoca un reflejo casi instintivo de estornudar con fuerza para expulsar hasta la última gota. Y después, bueno, a lidiar con ese incómodo goteo que parece no tener fin. ¡Puaj!

Comentarios 0 gustos

¿Qué pasa cuando respiras agua por la nariz? Ay, Dios mío, qué horror. ¿Quién no ha experimentado esa sensación espantosa? A mí me pasa, sobre todo cuando me lanzo a la piscina sin pensar – ¡qué tonta soy a veces! – o cuando me meto al mar con una ola traicionera. Es como… ¡uff! Como si te hubieran metido un puñado de hielo y sal por las fosas nasales. Un ardor inmediato, un escalofrío que te recorre, y esa horrible sensación, sí, esa, de que el agua te va a llegar al cerebro. ¡Como si te fueran a explotar los sesos! Claro que luego lo pienso y sé que no es así, ¿verdad? Que no me va a explotar la cabeza… pero en ese momento… ¡qué angustia!

Recuerdo una vez, en la playa de Cancún, una ola me sorprendió por completo. ¡Me dio una tal patada que creí que me iba a ahogar! Me entró agua por todas partes, claro, pero la de la nariz… ¡fue terrible! Estuve tosiendo y estornudando como una loca durante, no exageró, ¡diez minutos! Y después, ese goteo… ese goteo interminable, como si tuvieras una mini-cascada dentro de la cabeza. Puaj, qué asco. Y luego, durante horas, esa sensación de pesadez, esa congestión… No te digo más.

Es curioso, ¿no? Algo tan simple como un poco de agua en la nariz, y te genera tal malestar. Parece una exageración, lo sé, pero ¿has sentido eso? Esa sensación de opresión, de que te falta el aire, a pesar de que, técnicamente, puedes respirar perfectamente. Es un reflejo, ¿verdad? Como ese impulso incontrolable de estornudar con la fuerza de mil demonios para que salga hasta la última gotita. Y luego, a esperar que pase el mal rato… ¡y a intentar no volver a meter la cabeza bajo el agua sin más precauciones! Aprender la lección a golpes, o mejor dicho, a chorros de agua salada… ¡qué vida la mía!